miércoles, 10 de agosto de 2016

México: Emiliano Zapata símbolo de la resistencia campesina

México: Emiliano Zapata símbolo de la resistencia campesina
Emiliano Zapata nació el 8 de agosto de 1879, símbolo de la
resistencia campesina en México

8 de agosto de 2016

Hace 137 años nació Emiliano Zapata, en San Miguel Anenecuilco,
Morelos, México. Fue asesinado en Chinameca el 10 de abril de 1919.
Todos recordamos que fue el general en jefe del Ejército Libertador
del Sur y Centro. Luchó por la tierra y la libertad de los pueblos
indígenas y campesinos de México. Pero aquí recordamos a Zapata no por
sus datos biográficos o por algunas "frases célebres", sino por su
pensamiento, así que transcribiremos uno de sus manifiestos a la
nación:

MANIFIESTO A LA NACIÓN
Campamento Revolucionario en Morelos,
Octubre 20, 1913.

La victoria se acerca, la lucha toca a su fin. Se libran ya los
últimos combates y en estos instantes solemnes, de pie y
respetuosamente descubiertos ante la Nación, aguardamos la hora
decisiva, el momento preciso en que los pueblos se hunden o se salvan,
según el uso que hacen de la soberanía conquistada, esa soberanía por
tanto tiempo arrebatada a nuestro pueblo, y la que con el triunfo de
la Revolución volverá ilesa, tal como se ha conservado y la hemos
defendido aquí, en las montañas que han sido su solio y nuestro
baluarte. Volverá dignificada y fortalecida para nunca más ser
mancillada por la impostura ni encadenada por la tiranía.

Tan hermosa conquista ha costado al pueblo mexicano un terrible
sacrificio, y es un deber, un deber imperioso para todos, procurar que
ese sacrificio no sea estéril; por nuestra parte, estamos dispuestos a
no dejar ni un obstáculo enfrente, sea de la naturaleza que fuere y
cualesquiera que sean las circunstancias en que se presente, hasta
haber levantado el porvenir nacional sobre una base sólida, hasta
haber logrado que nuestro país, amplia la vía y limpio el horizonte,
marche sereno hacia el mañana grandioso que le espera.
Perfectamente convencidos de que es justa la causa que defendemos, con
plena conciencia de nuestros deberes y dispuestos a no abandonar ni un
instante la obra grandiosa que hemos emprendido, llegaremos resueltos
hasta el fin, aceptando ante la civilización y ante la historia, las
responsabilidades de este acto de suprema reivindicación.

Nuestros enemigos, los eternos enemigos de las ideas regeneradoras,
han empleado todos los recursos y acudido a todos los procedimientos
para combatir a la Revolución, tanto para vencerla en la lucha armada,
como para desvirtuarla en su origen y desviarla de sus fines.

Sin embargo, los hechos hablan muy alto de la fuerza y el origen de
este movimiento.
Más de treinta años de dictadura parecían haber agotado las energías y
dado fin al civismo de nuestra raza, y a pesar de ese largo período de
esclavitud y enervamiento, estalló la Revolución de 1910, como un
clamor inmenso de justicia que vivirá siempre en el alma de las
naciones como vive la libertad en el corazón de los pueblos para
vivificarlos, para redimirlos, para levantarlos de la abyección a la
que no puede estar condenada la especie humana.

Fuimos de los primeros en tomar parte en aquel movimiento, y el hecho
de haber continuado en armas después de la expulsión de Porfirio Díaz
y de la exaltación de Madero al poder, revela la pureza de nuestros
principios y el perfecto conocimiento de causa con que combatimos y
demuestra que no nos llevaban mezquinos intereses, ni ambiciones
bastardas, ni siquiera los oropeles de la gloria, no; no buscábamos ni
buscamos la pobre satisfacción del medro personal, no anhelábamos la
triste vanidad de los honores, ni queremos otra cosa que no sea el
verdadero triunfo de la causa, consistente en la implantación de los
principios, la realización de los ideales y la resolución de los
problemas, cuyo resultado tiene que ser la salvación y el
engrandecimiento de nuestro pueblo.

La fatal ruptura del Plan de San Luis Potosí motivó y justificó
nuestra rebeldía contra aquel acto que invalidaba todos los
compromisos y defraudaba todas las esperanzas; que nulificaba todos
los esfuerzos y esterilizaba todos los sacrificios y truncaba, sin
remedio, aquella obra de redención tan generosamente emprendida por
los que dieron sin vacilar, como abono para la tierra, la sangre de
sus venas.
El Pacto de Ciudad Juárez devolvió el triunfo a los enemigos y la
víctima a sus verdugos; el caudillo de 1910 fue el autor de aquella
amarga traición, y fuimos contra él, porque lo repetimos: ante la
causa no existen para nosotros las personas y conocemos lo bastante la
situación para dejarnos engañar por el falso triunfo de unos cuantos
revolucionarios convertidos en gobernantes: lo mismo que combatimos a
Francisco I. Madero, combatiremos a otros cuya administración no tenga
por base los principios por los que hemos luchado.
Roto el Plan de San Luis, recogimos la bandera y proclamamos el Plan de Ayala.

La caída del gobierno pasado no podía significar para nosotros más que
un motivo para redoblar nuestros esfuerzos, porque fue el acto más
vergonzoso que puede registrarse; ese acto de abominable perversidad,
ese acto incalificable que ha hecho volver el rostro indignados y
escandalizados a los demás países que nos observan y a nosotros nos ha
arrancado un estremecimiento de indignación tan profunda, que todos
los medios y todas las fuerzas juntas no bastarían a contenerla,
mientras no hayamos castigado el crimen, mientras no ajusticiemos a
los culpables.

Todo esto por lo que respecta al origen de la Revolución; por lo que
toca a sus fines, ellos son tan claros y precisos, tan justos y
nobles, que constituyen por sí solos una fuerza suprema; la única, con
que contamos para ser invencibles, la única que hace inexpugnables
estas montañas en que las libertades tienen su reducto.

La causa por que luchamos, los principios e ideales que defendemos,
son ya bien conocidos de nuestros compatriotas, puesto que en su
mayoría se han agrupado en torno de esta bandera de redención, de este
lábaro santo del derecho, bautizado con el sencillo nombre de Plan de
Villa de Ayala.

Allí están contenidas las más justas aspiraciones del pueblo,
planteadas las más imperiosas necesidades sociales, y propuestas las
más importantes reformas económicas y políticas, sin cuya
implantación, el país rodaría inevitablemente al abismo, hundiéndose
en el caos de la ignorancia, de la miseria y de la esclavitud.

Es terrible la oposición que se ha hecho al Plan de Ayala,
pretendiendo, más que combatirlo con razonamientos, desprestigiarlo
con insultos, y para ello, la prensa mercenaria, la que vende su
decoro y alquila sus columnas, ha dejado caer sobre nosotros una
asquerosa tempestad de cieno, de aquel en que alimenta su impudicia y
arrastra su abyección. Y sin embargo, la Revolución, incontenible, se
encamina hacia la victoria.

El Gobierno, desde Porfirio Díaz a Victoriano Huerta, no ha hecho más
que sostener y proclamar la guerra de los ahítos y los privilegiados
contra los oprimidos y los miserables; no ha hecho más que violar la
soberanía popular, haciendo del poder una prebenda; desconocer las
leyes de la evolución, intentando detener a las sociedades, y violar
los principios más rudimentarios de la equidad, arrebatando al hombre
los más sagrados derechos que le dio la naturaleza.

He allí explicada nuestra actitud, he allí explicado el enigma de
nuestra indomable rebeldía y he allí propuesto, una vez más, el
colosal problema que preocupa actualmente no sólo a nuestros
conciudadanos, sino también a muchos extranjeros. Para resolver ese
problema, no hay más que acatar la voluntad nacional, dejar libre la
marcha a las sociedades y respetar los intereses ajenos y los
atributos humanos.
Por otra parte, y concretando lo más posible, debemos hacer otras
aclaraciones para dejar explicada nuestra conducta del pasado, del
presente y del porvenir

La nación mexicana es demasiado rica. Su riqueza, aunque virgen, es
decir, todavía no explotada, consiste en la agricultura y la minería;
pero esa riqueza, ese caudal de oro inagotable, perteneciendo a más de
quince millones de habitantes, se halla en manos de unos cuantos miles
de capitalistas y de ellos una gran parte no son mexicanos. Por un
refinado y desastroso egoísmo, el hacendado, el terrateniente y el
minero, explotan una pequeña parte de la tierra, del monte y de la
veta, aprovechándose ellos de sus cuantiosos productos y conservando
la mayor parte de sus propiedades enteramente vírgenes, mientras un
cuadro de indescriptible miseria tiene lugar en toda la República.
Es más, el burgués no conforme con poseer grandes tesoros de los que a
nadie participa, en su insaciable avaricia, roba el producto de su
trabajo al obrero y al peón, despoja al indio de su pequeña propiedad
y no satisfecho aún, lo insulta y golpea haciendo alarde del apoyo que
le prestan los tribunales, porque el juez, única esperanza del débil,
hállase también al servicio de la canalla; y ese desequilibrio
económico, ese desquiciamiento social, esa violación flagrante de las
leyes naturales y de las atribuciones humanas, es sostenida y
proclamada por el Gobierno, que a su vez sostiene y proclama, pasando
por sobre su propia dignidad, la soldadesca execrable.

El capitalista, el soldado y el gobernante habían vivido tranquilos,
sin ser molestados, ni en sus privilegios, ni en sus propiedades, a
costa del sacrificio de un pueblo esclavo y analfabeta, sin patrimonio
y sin porvenir, que estaba condenado a trabajar sin descanso y a
morirse de hambre y agotamiento, puesto que, gastando todas sus
energías en producir, tesoros incalculables, no le era dado contar ni
con lo indispensable siquiera para satisfacer sus necesidades más
perentorias.

Semejante organización económica, tal sistema administrativo, que
venía a ser un asesinato en masa para el pueblo, un suicidio colectivo
para la Nación y un insulto, una vergüenza para los hombres honrados y
conscientes, no pudieron prolongarse por más tiempo y surgió la
Revolución, engendrada, como todo movimiento de las colectividades,
por la necesidad. Aquí tuvo su origen el Plan de Ayala.
Antes de ocupar don Francisco I. Madero la Presidencia de la
República, mejor dicho, a raíz de los Tratados de Ciudad Juárez, se
creyó en una posible rehabilitación del débil ante el fuerte, se
esperó la resolución de los problemas pendientes y la abolición del
privilegio y del monopolio, sin tener en cuenta que aquel hombre iba a
cimentar su gobierno en el mismo sistema vicioso y con los mismos
elementos corrompidos con que el caudillo de Tuxtepec, durante más de
seis lustros, extorsionó a la Nación. Aquello era un absurdo, una
aberración, y sin embargo, se esperó, porque se confiaba en la buena
fe del que había vencido al dictador.

El desastre, la decepción, no se hicieron esperar. Los luchadores se
convencieron entonces de que no era posible salvar su obra ni asegurar
su conquista dentro de esa organización morbosa y apolillada, que
necesariamente había de tener una crisis antes de derrumbarse
definitivamente: la caída de Francisco I. Madero y la exaltación de
Victoriano Huerta, al poder.

En este caso y conviniendo en que no es posible gobernar al país con
este sistema administrativo, sin desarrollar una política enteramente
contraria a los intereses de las mayorías, y siendo, además, imposible
la implantación de los principios porque luchamos, es ocioso decir que
la Revolución del Sur y Centro al mejorar las condiciones económicas,
tiene, necesariamente, que reformar de antemano las instituciones, sin
lo cual fuerza es repetirlo, le sería imposible llevar a cabo sus
promesas.

Allí está la razón de por qué no reconoceremos a ningún gobierno que
no nos reconozca y, sobre todo, que no garantice el triunfo de nuestra
causa.

Puede haber elecciones cuantas veces se quiera; pueden asaltar, como
Huerta, otros hombres la silla presidencial, valiéndose de la fuerza
armada o de la farsa electoral, y el pueblo mexicano puede también
tener la seguridad de que no arriaremos nuestra bandera ni cejaremos
un instante en la lucha, hasta que, victoriosos, podamos garantizar
con nuestra propia cabeza el advenimiento de una era de paz que tenga
por base la justicia y como consecuencia la libertad económica.

Si como lo han proyectado esas fieras humanas vestidas de oropeles y
listones, esa turba desenfrenada que lleva tintas en sangre las manos
y la conciencia, realizan con mengua de la ley, la repugnante
mascarada que llaman elecciones, vaya desde ahora, no sólo ante el
nuestro, sino ante los pueblos todos de la tierra, la más enérgica de
nuestras protestas, en tanto podamos castigar la burla sangrienta que
se haga a la Constitución de 57.

Téngase, pues, presente, que no buscamos el derrocamiento del actual
gobierno para asaltar los puestos públicos y saquear los tesoros
nacionales, como ha venido sucediendo con los impostores que logran
encumbrar a las primeras magistraturas; sépase, de una vez por todas,
que no luchamos contra Huerta únicamente, sino contra todos los
gobernantes y los conservadores enemigos de la hueste reformista, y
sobre todo, recuérdese siempre, que no buscamos honores, que no
anhelamos recompensas, que vamos sencillamente a cumplir el compromiso
solemne que hemos contraído, dando pan a los desheredados y una patria
libre, tranquila y civilizada a las generaciones del porvenir.

Mexicanos: si esta situación anómala se prolonga; si la paz, siendo
una aspiración nacional; tarda en volver a nuestro suelo y a nuestros
hogares, nuestra será la culpa y no de nadie. Unámonos en un esfuerzo
titánico y definitivo contra el enemigo de todos; juntemos nuestros
elementos, nuestras energías y nuestras voluntades y opongámoslos,
cual una barricada formidable, a nuestros verdugos; contestemos
dignamente, enérgicamente, ese latigazo insultante que Huerta ha
lanzado sobre nuestras cabezas; rechacemos esa carcajada burlesca y
despectiva que el poderoso arroja, desde los suntuosos recintos donde
pasea su encono y su soberbia, sobre nosotros, los desheredados, que
morimos de hambre en el arroyo.

No es preciso que todos luchemos en los campos de batalla, no es
necesario que todos aportemos un contingente de sangre a la contienda,
no es fuerza que todos hagamos sacrificios iguales en la Revolución;
lo indispensable es que todos nos irgamos resueltos a defender el
interés común y a rescatar la parte de soberanía que se nos arrebata.

Llamad a vuestras conciencias; meditad un momento sin odio, sin
pasiones, sin prejuicios, y esta verdad, luminosa como el sol, surgirá
inevitablemente ante vosotros: la Revolución es lo único que puede
salvar a la República.
Ayudad, pues, a la Revolución. Traed vuestro contingente, grande o
pequeño, no importa cómo; pero traedlo. Cumplid con vuestro deber y
seréis dignos; defended vuestro derecho y seréis fuertes, y
sacrificaos si fuere necesario, que después la Patria se alzará
satisfecha sobre su pedestal inconmovible y dejará caer sobre vuestra
tumba un puñado de rosas.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley.

Campamento Revolucionario en Morelos,
20 de octubre de 1913.

El General en Jefe del Ejército Libertador del Sur y Centro,
Emiliano Zapata.
enviado por sextaporlalibre@gmail.com
fuentes:
http://www.bibliotecas.tv/zapata/1913/z20oct13.html
https://www.facebook.com/3.0Michoacan/videos/641880982633482/
http://sexta-azcapotzalco.blogspot.se/2016/08/emiliano-zapata-nacio-el-8-de-agosto-de.html

zzz__Mex_LaVoz_deAnáhuac2016
https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2016/08/10/mexico-emiliano-zapata-simbolo-de-la-resistencia-campesina/