viernes, 22 de febrero de 2008

Tratar la fibrosis

Investigadores del CSIC han descubierto un método para frenar y revertir la fibrosis pulmonar en animales que se aplicará próximamente en personas

Avalado por la Fundación Genoma España, el Hospital Clínic de Barcelona pone en marcha un ensayo con el primer tratamiento experimental efectivo contra la fibrosis pulmonar idiopática, una enfermedad grave e incurable con una supervivencia inferior a cinco años.

  • Autor: JORDI MONTANER |
  • Fecha de publicación: 16 de febrero de 2008

(Imagen: NIH)

La fibrosis pulmonar idiopática es una enfermedad de causa desconocida y con un pronóstico muy grave. Los pacientes que la padecen difícilmente sobreviven más de un lustro por falta de un tratamiento efectivo. Recientemente, sin embargo, investigadores del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona del CSIC (IIBB-CSIC) han descubierto y patentado un método para parar y revertir esta enfermedad en modelos animales que se aplicará próximamente con humanos en el Hospital Clínic.

El proyecto cuenta desde sus inicios con el apoyo institucional y financiero de la Fundación Genoma España. El hallazgo revistió suficiente trascendencia como para que la revista 'American Journal of Respiratory and Critical Care Medicine' publicara el pasado diciembre en portada la noticia de una primera patente mundial para el tratamiento de la fibrosis pulmonar idiopática.

Revertir la fibrosis

Esta enfermedad, que actúa degenerando el tejido alveolar que se engrosa paulatinamente hasta disminuir la capacidad de respirar, desespera a los neumólogos por no contar con ningún tratamiento efectivo capaz de detener su curso. La fibrosis ocasionada impide el intercambio gaseoso en los pulmones de forma correcta, empeorando con rapidez la calidad de vida de los pacientes y provocándoles la muerte en pocos años. Un innovador trasplante de neumocitos ha permitido a los investigadores del hospital barcelonés revertir la enfermedad por primera vez en ratas. El siguiente paso consistirá en probar en humanos la efectividad de la suspensión de células, patentada ya a nivel mundial.

La fibrosis degenera el tejido alveolar y, hasta ahora, no cuenta con ningún tratamiento efectivo capaz de detener su curso

La fibrosis pulmonar idiopática se detecta casi siempre cuando se encuentra en un estado avanzado. La enfermedad afecta a 13 de cada 100.000 hombres y 7 de cada 100.000 mujeres, normalmente a partir de los 40 años. En el estudio del Hospital Clínic han colaborado investigadores básicos, como Anna Serrano-Mollar y Oriol Bulbena, junto a clínicos como Antoni Xaubet, del Servicio de Neumología del Hospital Clínic de Barcelona.

Trasplante de neumocitos

El intercambio gaseoso se lleva a cabo en los pulmones gracias a los neumocitos tipo I, unas células que recubren la pared interna de la cavidad alveolar. Entre estas células también se encuentran los neumocitos tipo II, que son las células precursoras que reparan el tejido alveolar dañado. Cuando aparece la fibrosis pulmonar idiopática, este proceso de regeneración no se puede llevar a cabo correctamente y la fibrosis avanza hasta imposibilitar la respiración. La técnica desarrollada por los investigadores del Clínic consiste en trasplantar neumocitos de tipo II por vía intratraqueal.

Para hacer un correcto seguimiento de las células trasplantadas con técnicas genéticas y de fluorescencia se aprovecharon las diferencias cromosómicas de sexo. Es decir, se indujo la enfermedad en ratas hembra y se trasplantaron células procedentes de ratas macho. Se trata de una técnica muy poco invasiva que ha permitido regenerar, por primera vez, alvéolos fibróticos en ratas con fibrosis pulmonar. El CSIC, por su parte, ha patentado la suspensión de células que se trasplanta con esta innovadora estrategia. Esta patente mundial se pondrá a prueba ahora en seis pacientes diagnosticados recientemente que recibirán una suspensión de neumocitos tipo II procedentes de un donante cadáver, ya que estas células no se pueden cultivar en laboratorio.

Uno de los próximos pasos que persiguen los investigadores es la diferenciación de neumocitos tipo II a partir de células madre adultas. El trabajo científico, como se subrayó en su presentación, representa un paradigma de la investigación traslacional que se promueve tanto en el Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer (IDIBAPS) como en los Centros de Investigación Biomédica en Red (CIBER). La investigación ha sido financiada también a través de una aportación del Fondo de Investigaciones Sanitarias (FIS) del Instituto de Salud Carlos III de Madrid.

FIBRA CULPABLE


(Imagen: ATSDR)

Se calcula que en todo el mundo mueren 30.000 personas al año por una variedad de fibrosis pulmonar conocida como asbestosis. En el origen de esta plaga se encuentra una fibra desarrollada industrialmente a partir de amianto con la propiedad de proteger frente al fuego. Hasta que a finales del siglo pasado normativas internacionales prohibieron la utilización de estas fibras en la construcción de edificios, millones de toneladas de fibras de amianto 'protegieron' las paredes de miles de casas contra hipotéticos incendios.

La asbestosis o amiantosis es una enfermedad respiratoria provocada por la simple inhalación de partículas microscópicas de amianto, invisibles al ojo humano, que terminan alojándose en los alvéolos pulmonares desencadenando una fibrosis grave, progresiva e irreversible. Durante un tiempo los neumólogos creyeron que se trataba de una forma de cáncer o de silicosis (enfermedad común en determinados mineros), pero la fisiología ha acabado asimilando esta enfermedad de origen contaminante a una fibrosis pulmonar o neumonitis intersticial idiopática.

Las fibras de amianto, al ser inhaladas, causan irritación e inflamación en los pulmones que producen fibromas de evolución muy lenta. Tanto, que la enfermedad puede discurrir de forma latente durante treinta o cuarenta años. Es importante que todo trabajador que haya tenido contacto con fibras de amianto (empleados de la construcción) acuda al médico, aun habiendo cesado en su actividad o encontrándose jubilado, si nota dificultad de respiración, falta de aliento, tos persistente, rigidez torácica y pérdida de apetito, aunque la asbestosis puede cursar también de forma asintomática. Por supuesto, el hábito tabáquico complica y agrava el cuadro pulmonar resultante e, incluso, a veces, lo disfraza.

jueves, 21 de febrero de 2008

FEBRERO DE 2008

Las estaciones del sueño (cuento)

por Mauricio Montiel Figueiras


–¿Me dejaría contarle una historia? –pregunta súbitamente la enfermera, lanzando una mirada que logra rehuir la sombra de sus pestañas postizas.

–¿Una historia? –repite Silva, titubeante–. Supongo que sí… Claro. –Tuerce la muñeca en la que trae el reloj–. Sólo que no tengo mucho tiempo.

–No se preocupe, prometo que no lo aburriré –dice la enfermera–. Es algo que llevaba años sin recordar, y ahora… Con lo que ha pasado… De pronto volvió a surgir, íntegro, y necesito platicarlo con alguien. Mi madre nunca… siempre creyó que me lo había sacado de la manga para llamar la atención. –Sonríe–. Ya sabe que las madres a veces pueden ser…

–Difíciles –completa Silva.

–Escépticas, diría yo –corrige la enfermera–. Nada del otro mundo, pero a veces así son. Escépticas. –Suspira–. Más que una historia es un sueño, una pesadilla que padecí cuando tenía nueve o diez años.

Padecer, cavila Silva, qué verbo tan curioso. Hacía tiempo que no se topaba con una persona que padeciera algo.

–No viajo en metro ni en tren –continúa la enfermera–. No me gustan, los vagones me dan un miedo espantoso. Hasta los trenecitos de las ferias y los parques de diversiones, los que dan vueltas y vueltas y tanto fascinan a los niños, me causan pavor. Por fortuna mi madre no era… no es fanática de los parques; yo los evito hasta donde puedo, más aun si sé que hay un tren. También procuro evitar las estaciones de metro; si voy caminando por la calle, pensando en otras cosas, y me doy cuenta de que estoy a punto de pasar frente a alguna, cierro los ojos hasta que la dejo atrás. Son como bocas, ¿comprende?, bocas que se tragan a la gente y no la escupen sino hasta quién sabe dónde y cuándo. La única vez que fui a Europa, en uno de esos tours universitarios de mochila al hombro, sufrí como nunca porque mis amigas se movían en metro y en tren y yo era incapaz de hacerlo, las alcanzaba a pie o en autobús; era la última en llegar a todas partes, la neurótica, la metrófoba, como una amiga me apodó. Una experiencia horrible.

“La culpa, por supuesto, es de la pesadilla. Ahí estoy yo, a los nueve o diez años, en el andén de una estación de metro; aunque jamás he pisado uno, sé perfectamente que eso es un andén. Voy de la mano de mi madre… no, de la mano de una mujer que supongo es mi madre porque por más que levanto la cabeza no puedo verle el rostro; es como si estuviera envuelta en niebla, ¿comprende?, como si una nube la cubriera del cuello hacia arriba para desdibujarle la cara. Espero, no, ruego que la mujer a mi lado sea mi madre porque el terror comienza a invadirme: un terror a todo y a nada a la vez, uno de esos miedos infantiles que de repente, sin razón, crecen dentro de nosotros y nos dejan congelados, como bloques de hielo que alguien recogerá con tenazas.

“Le pregunto a la mujer que creo es mi madre a dónde vamos, qué hacemos en ese andén rodeadas de desconocidos. Ella murmura algo, una explicación larga hasta donde recuerdo, pero la nube que le tapa el rostro distorsiona lo que dice. Imagine que alguien mete un radio a bajo volumen en una almohada de plumas y lo arroja al fondo de un pozo: ésa es la sensación. La cosa es que no entiendo nada y eso contribuye a que mi terror aumente segundo a segundo.

“Y entonces llega el metro. Sin previo aviso, sin ningún rumor: de pronto está frente a mí, una aparición metálica, y las puertas de los vagones se abren en medio de un silencio que me pone a temblar. Nadie baja; la gente que aguarda en el andén sube a toda prisa, con una ansiedad que da asco. La mujer que suplico sea mi madre me jala de la mano, empujándome hacia un vagón; yo me resisto, gimo y pataleo, pero la presión es superior a mis fuerzas y acaba por vencerme. Antes de que las puertas se cierren, de nuevo sin hacer ruido, la mujer que ahora estoy segura de que no es mi madre se escurre al andén; se queda ahí, inmóvil, observando cómo el metro sale de la estación mientras yo aporreo las puertas y el piso y grito y rompo a llorar. La nube que la cubre del cuello hacia arriba se ha disipado y puedo distinguir su cara: es la mía, mi propia cara tal como la veré en los espejos cuando cumpla ochenta años. Porque llegaré a esa edad, no sé cómo explicarlo pero algo en el corazón o muy cerca del corazón me dice que lo que vi fue un pedazo de mi futuro, una rendija que se ensanchó y permitió que en un parpadeo me contemplara en la vejez, un umbral que atravesé un momento para conocer a la que seré cuando me recluya en un asilo de ancianos. Aunque suene ridículo desde entonces he vivido con la idea, no, con la certeza de que hay sueños que no mienten.

“El primer túnel nos devora. No se me ocurre otro término para describir la impresión de ser masticada y tragada por un animal enorme, como la ballena de la Biblia o la de aquel cuento del muñeco de madera. Los otros pasajeros, mis compañeros de vagón, parecen justamente muñecos: viajan sin hablar, sentados o de pie, con la vista perdida, ajenos a mis gritos y patadas. Nadie trata de consolarme, nadie me calla ni me pregunta a qué se debe el llanto pese a que soy la única niña en el metro; todos los demás, absolutamente todos, son adultos o personas mayores. No me calmo sino hasta que entramos en la siguiente estación, al cabo de una eternidad.

“Aquí es donde empieza la verdadera pesadilla. La nueva estación es idéntica a la anterior salvo por algunos detalles: está menos iluminada, hay luces que titilan o de plano no funcionan. El reloj digital del andén marca una hora absurda: las veintiséis con setenta y ocho, por ejemplo. La iluminación irá de mal en peor conforme el metro llegue a otras estaciones; los relojes enloquecerán y registrarán números romanos, palabras o trozos de palabras en quién sabe cuántos idiomas, letras chinas, dibujos como los de las pirámides de Egipto. Un desorden, un silencio atroz.

“Nadie baja. Aunque mi cuerpo y mi mente me dicen, no, me ordenan abandonar el vagón y buscar una salida hay una parte de mí, una parte que no está en mi mente ni en mi cuerpo, que me obliga a permanecer clavada en mi lugar. No puedo moverme, no puedo ni abrir la boca. Sube entonces una mendiga, una ciega que tantea el piso con su bastón; sus ojos son leche cuajada, dos agujeros blancos en los que vibra algo que hace pensar en moscas, insectos atrapados como el mosquito al principio de aquella película de dinosaurios que resucitan. Sólo al ver esos ojos entiendo qué es lo que me mantiene paralizada: el pánico, esa parte de mí que está fuera de mí, que me pertenece y a la vez no me pertenece. El pánico pero también, allá al fondo, la curiosidad, esa palpitación que nos acompaña desde niños aunque no la queramos y la despreciemos con toda nuestra energía.

“Se cierran las puertas. El metro arranca. La ciega extrae una bolsa de plástico de entre su ropa, se la cuelga del antebrazo junto con el bastón, se recarga en un asiento y se frota las manos hasta que sale fuego. Sí, fuego: primero chispas, después una flama que poco a poco se convierte en una fogata en miniatura. La ciega echa a andar a tientas por el vagón, controlando las llamas que bailan entre sus dedos, jugando con ellas como si fueran mascotas, y los pasajeros le deslizan objetos en la bolsa de plástico: carteras, monederos, anillos, aretes, collares, mancuernillas, relojes de pulsera, hasta una dentadura postiza. Alguien le enreda una pañoleta en el cuello; alguien le acomoda un paraguas en el antebrazo; alguien le pone un abrigo sobre los hombros. Cuando se detiene al otro extremo del vagón, la ciega sonríe, vuelve a frotarse las manos y apaga el fuego como adelantando la entrada en la estación siguiente. Ella es la única que baja; la sustituye un manco que con gran agilidad, sin derramar una gota, manipula un puñado de agua que trae en la mano que le queda.

“En cada estación sube un mendigo distinto: un sordomudo que abre los labios para reproducir el sonido del viento que sopla en las noches de otoño, una mujer con las piernas hinchadas que va dejando un reguero de tierra que milagrosamente se evapora, un cojo que exhibe un frasco hermosísimo donde flotan pedazos de cordón umbilical, una enana que canta con voz de soprano mientras jala una especie de carrito con un viejo que no es más que un torso. Cada uno carga una bolsa de plástico o arrastra una caja de cartón amarrada a la cintura en la que los pasajeros, sin chistar, depositan sus limosnas: corbatas, pañuelos, lentes, zapatos, calcetines, medias, sacos, suéteres, camisas, blusas, faldas, pantalones, ropa interior. De repente, cuando menos lo espero, estoy rodeada de gente desnuda. La sensación es igual a la que me provocan las películas de guerra, en especial las escenas en que los trenes llenos de judíos se dirigen a los campos de concentración, o peor aún, a las cámaras de gas: el despojo total, la renuncia a todo lo que alguna vez fue nuestro. Queda el miedo, claro, sólo eso seguirá perteneciéndonos hasta el último instante, hasta que no seamos más que miedo en estado puro.

“Aunque ya no hay nada que dar, continúa el desfile de mendigos y estaciones. Los pasajeros miran al frente, aturdidos, luego de que la última prenda sale por las puertas que se cierran. No sé si es hombre o mujer quien, ante el tipo cubierto de cicatrices resplandecientes que acaba de entrar, toma una decisión y se quita dos dedos de la mano izquierda: es un gesto rápido, limpio y sin sangre, como si un maniquí viejo aceptara donar fragmentos de sí mismo a uno nuevo. El tipo de las cicatrices inclina la cabeza y guarda los dedos en su bolsa de plástico. Más adelante recibe un ojo, una oreja, un labio inferior, un trozo de nariz.

“Como comprenderá, esto es demasiado no sólo para una niña sino para cualquiera, así que en lugar de ponerme a gritar hasta enmudecer, que es lo que más se me antoja en ese momento, me lanzo a correr hacia otro vagón en busca de ayuda. Lo terrible es que, en cuanto abro la puerta para huir del horror que me ha tocado presenciar, caigo en la cuenta de que el espectáculo se repetirá en el siguiente vagón, y en el siguiente, y en el siguiente: pasajeros que se desprenden de partes de sus cuerpos para dárselas a los mendigos que las introducen en bolsas o cajas. Una ceremonia, ¿cómo decirlo?, una asamblea de maniáticos a los que les gusta mutilarse. Veo a un hombre que se saca la lengua de un tirón sin siquiera fruncir el ceño; veo a dos ancianas que se tumban los dientes a puñetazos; veo a una mujer que empieza a arrancarse tiras de piel con las uñas. Olvídese de la ropa y los objetos que les arrebataron a los judíos: esto es el saqueo de la humanidad, el infierno en todo su esplendor. Y el metro no para, avanza y avanza y yo corro y tropiezo y me levanto y me estrello contra gente que se mutila sin pestañear y siento un asco tremendo pero me lo trago porque no quiero, no puedo, no debo dejar de moverme.

“Me detengo hasta llegar al primer vagón, el que está junto a la cabina del operador, que por fortuna va prácticamente vacío: apenas cuatro o cinco pasajeros desnudos e incompletos y una pordiosera que revisa su botín. Golpeo con todas mis fuerzas la puerta de la cabina para llamar la atención del operador, que no voltea. Es un hombre delgado, de espalda ancha y pelo corto, como lo usan los militares; por un instante creo que es mi padre, al que no conocí en persona sino por fotografías que mi madre a veces me enseñaba. No vale la pena que lo conozcas, me decía… me dice. Nos abandonó cuando tenías tres años y salimos adelante solas, así que no lo necesitamos. No lo necesitas; si quieres verlo aquí están las fotos. Pero lo peor es que sí lo necesito, y la prueba es que en ocasiones lo sueño: una figura que se agacha junto a mí para hablarme al oído y confesarme cosas que no logro entender. Cosas que supongo son fundamentales, de vida o muerte. Un tipo alto, de espalda enorme. Como el operador del metro.

“Cuando la pordiosera que viaja en el vagón alza los ojos de su botín y me descubre, una niña de nueve o diez años que tiembla de pies a cabeza; cuando abre los labios en una mueca a la que le faltan todos los dientes, algo que nunca he visto en la realidad; cuando luego de examinar y meter en su bolsa unos mechones de pelo que alguien le ha regalado comienza a caminar hacia mí, bamboleándose: justo entonces el metro alcanza la última estación, el final de la línea.

“Las puertas se abren. Todos, mendigos y pasajeros, bajan y se pierden en el andén que está como boca de lobo, sin ninguna luz, ninguna señal; todos excepto yo, que me quedo en el vagón admirando la labor tan limpia de la oscuridad, que no deja rastro de nada. Nadie se rezaga en el andén ni voltea a verme; lo último que distingo es el rengueo de una mujer que ha donado un pie a alguno de los mendigos. Después, la penumbra que se reacomoda para recobrar su volumen original. Después, detrás de mí, el ruido de un cerillo que se enciende.

“El operador del metro me mira; en algún momento debe haber salido de la cabina, por supuesto, pero no lo escuché. Mirar es un decir: en su rostro no hay rasgos identificables, así que ignoro si tiene ojos. No, estoy equivocada. No es que no tenga ojos, todo está en su sitio: cejas, nariz, barbilla; lo que pasa es que no hay nada particular en sus rasgos, ¿comprende? Es un rostro sin rostro, una cara que podría ser la de cualquiera: la primera imagen que nos viene a la mente cuando alguien menciona la palabra rostro y que por lo tanto cambia de un segundo a otro, como si las facciones fueran de plastilina y unos dedos las moldearan a su capricho.

“–Toma –dice el operador, y me da la vela que acaba de encender. Su voz es como su cara: neutra, la idea que acompaña un término. Luego saca un papel del bolsillo de su camisa, lo desdobla y me lo enseña. Es un mapa semejante a los que aparecen en las caricaturas: un círculo mal hecho en la esquina superior derecha, unido a la esquina inferior izquierda por una línea punteada junto a la que hay varias cruces. El dibujo de un niño.

“–Cuando salgas de la estación, debes localizar esta plaza –me dice, señalando el círculo en el papel. Después su dedo recorre la línea punteada–. Es una ruta difícil, llena de sombras –indica las cruces–, pero no hay otra; la vela te ayudará a vencer los obstáculos. Una vez que llegues a la plaza, permanece ahí y no la abandones nunca: es tu lugar en el mundo, el perímetro que te corresponde. Dentro de la plaza, todo; fuera de la plaza, nada. Y ahora vete, porque no tardan las tinieblas.

“Con el mapa en una mano y la vela en la otra, obedezco; mis piernas dan la impresión de moverse por su propia voluntad. Camino por el andén y cuando volteo atrás, al cabo de unos pasos, descubro que todo está a oscuras: el operador, el metro y las vías se han desvanecido. La única luz es la que arroja mi vela. Pese a que la cera chorrea, quemándome los dedos, el dolor no me disgusta: al contrario, me excita, y una sensación líquida, como si me aguantara las ganas de orinar, me oprime la vejiga. Esta sensación crece conforme avanzo hasta encontrar una escalera que empiezo a subir; la presión aumenta con la subida y se vuelve una humedad insoportable pero deliciosa que no quiero, no puedo, no debo retener ni un minuto más. Y me dejo ir mientras continúo trepando escalones.

“La llama de la vela engorda y revienta en una fogata que me hace parpadear: es el sol que se filtra por la ventana de mi cuarto. Con el corazón latiéndome rápidamente, despierto para darme cuenta de que he mojado la cama. Las sábanas están manchadas de orina pero también de sangre, lunares rojos que se reproducen en la parte trasera de mi camisón. Luego mi madre me tranquilizará y explicará que es mi primera regla, que me he adelantado a las niñas de mi edad pero que no me preocupe, son cosas que a veces –raras veces, dirá, con el ceño fruncido– suceden. Durante varios días, sin embargo, andaré con las piernas apretadas, creyendo que soy anormal y que en cualquier instante me puedo desangrar hasta morir. Qué curioso: ahora que lo pienso sólo en la regla fui precoz, al resto de mi vida llegué tarde. Demasiado tarde.

“Desde entonces he buscado sin parar la plaza dibujada en el mapa de mi sueño. Aunque me he topado con muchas líneas punteadas que he recorrido hasta el final, aunque gracias a la vela que recogí en la pesadilla he espantado varias sombras, no he logrado hallarla. Sé que es un sitio blanco, un círculo perfecto que me aguarda al doblar una esquina. Sé asimismo que la plaza es de algún modo mi muerte y que ahí estará mi padre, dispuesto a revelarme secretos de suma importancia. En ocasiones me angustio y creo que voy a enloquecer, pero de pronto recuerdo que viviré hasta los ochenta años y me calmo. Todavía hay tiempo, me digo, no te desesperes, sigue buscando. Todavía hay tiempo.

La enfermera suspira.

–Ahora ya sabe por qué nunca viajo en metro ni en tren –dice–, por qué evito las estaciones y los parques con juegos infantiles como si fueran la peste. Me niego a entrar de nuevo en mi sueño.

–A mí tampoco me gustan los parques –dice Silva, meditabundo, y fija la mirada en su grabadora.

Jueves, Febrero 21, 2008


M�XICO

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Mujeres rebeldes

John Ross. 21 Feb, 2008

Estructura zapatista impulsa empoderamiento de sus integrantes mujeres

Decenas de mujeres zapatistas, muchas de ellas ind�genas mayas tzeltal de las tierras bajas de Chiapas, adornadas con plumas y cintas multicolores y sus ojos oscuros enmarcados por pasamonta�as negras, salieron del r�stico auditorio en medio del aplauso de cientos de feministas internacionales reunidas en la sesi�n inaugural del Encuentro de Mujeres Zapatistas con Mujeres del Mundo, realizado a fines del a�o pasado por invitaci�n del Ej�rcito Zapatista de Liberaci�n Nacional (EZLN).

A fines de julio, al t�rmino de una reuni�n con campesinos de una decena de municipios en la aldea conocida como La Realidad, Evarilda, una joven rebelde de esa comunidad, al parecer sin la aprobaci�n previa de la comandancia general del EZLN, convoc� al encuentro de todas las mujeres, explicando que los hombres estaban invitados para ayudar en la log�stica pero que mejor se quedaran en casa a cuidar a los ni�os y los animales mientras las mujeres conspiraban contra el capitalismo.

Siguiendo lo dicho por Evarilda, durante el encuentro llevado a cabo del 29 al 31 de diciembre �al que asistieron entre 300 y 500 mujeres activistas no mexicanas� en esta localidad llamada oficialmente municipio aut�nomo Francisco G�mez, y que rindi� homenaje a la memoria de la fallecida comandanta Ramona, los hombres desempe�aron decididamente un papel secundario.

Letreros colocados alrededor del caracol �centro cultural y pol�tico zapatista� llamado �Resistencia Hacia un Nuevo Amanecer�, advert�an a los varones que no pod�an actuar como �voceros, traductores o representantes en las sesiones plenarias�.

En vez de ello, sus actividades se confinar�an a �preparar y servir comida, lavar platos, barrer, limpiar las letrinas, recoger le�a, y cuidar a los ni�os�.

De hecho, algunos j�venes zapatistas se pusieron delantales que llevaban impresas palabras como �tomate� y EZLN para trabajar en las cocinas.

Mientras tanto, los hombres mayores se sentaban en silencio en bancas de madera en las afueras del auditorio, algunas veces haciendo se�as entre ellos cuando una compa�era sosten�a un buen argumento o sonriendo con orgullo luego que su hija, esposa, hermana o madre contaran sus historias a las asistentes.

Mujeres ganan espacio
El papel de la mujer dentro de la estructura zapatista ha cambiado dr�sticamente desde que se gest� la rebeli�n.

Cuando los fundadores del EZLN, radicales de las ciudades del norte de M�xico, llegaron por primera vez a las tierras bajas tzeltal-tojolabal en el sureste de Chiapas, las mujeres eran mantenidas monoling�es por sus maridos como un medio de control, dedicadas a criar familias, y su posici�n no era destacada en la comunidad.

Los que vinieron de afuera ofrecieron a las j�venes independencia y las invitaron a asistir a los campos de entrenamiento en la monta�a donde aprender�an a llevar un arma y nociones de castellano. Se convirtieron en parte de la fuerza combativa del EZLN.

El 1 de enero de 1994, cuando los zapatistas tomaron las ciudades de San Crist�bal y Ocosingo y otras cinco cabeceras municipales, las mujeres constitu�an un tercio del ej�rcito rebelde. Combatientes mujeres se inmolaron en la sangrienta batalla por Ocosingo.

Integrar a las mujeres a la estructura militar result� m�s f�cil que cultivar la participaci�n en la estructura civil, arraigada en la vida de las comunidades.

Aunque las mujeres ocuparon cinco lugares de los 19 en el Comit� Clandestino Revolucionario Ind�gena, la comandancia general del EZLN, su representaci�n es mucho menor en los 29 consejos municipales aut�nomos y las cinco Juntas de Buen Gobierno que administran la autonom�a regional zapatista.

Pero conforme crec�a la infraestructura social zapatista, las mujeres se convirtieron en promotoras de salud y educaci�n y l�deres en las comisiones que planificaban esas campa�as.

Baja incidencia de violencia
La liberaci�n de las mujeres en la cultura zapatista se ha visto reforzada por la prohibici�n del consumo de alcohol impuesta por los zapatistas en sus comunidades.

Mientras que muchas localidades mayas del interior, como San Juan Chamula, est�n saturadas por el alcohol y elevadas cifras de violencia dom�stica, la regi�n zapatista tiene los m�s bajos indicadores de abuso en el estado, seg�n datos mostrados por la comisi�n de mujeres del Congreso de Chiapas.

Como estado, Chiapas tiene una de las cifras m�s elevadas de femicidios en M�xico: 1,456 mujeres fueron asesinadas entre los a�os 2000 y 2004.

La baja incidencia de violencia contra las mujeres en la zona de influencia zapatista es m�s notable porque gran parte del territorio rebelde en las zonas bajas se extiende a territorio guatemalteco, donde 500 mujeres son asesinadas cada a�o.

Con los hombres cuidando a los ni�os y limpiando las letrinas, las mujeres contaron sus historias en las plenarias.

Muchas j�venes compa�eras como Evarilda han crecido en la revoluci�n �que este a�o cumpli� su 14� aniversario� y contaron que aprendieron a leer y escribir en escuelas rebeldes, de su trabajo como promotoras sociales, como maestras, como campesinas o madres.

Las abuelas zapatistas hablaron de los primeros a�os de la rebeli�n y comandantas veteranas como Susana, quien habl� con emoci�n sobre Ramona, �la m�s peque�a de las peque�as�, su compa�era de tantos a�os, recordaron c�mo en la guerra hombres y mujeres aprendieron a compartir los quehaceres dom�sticos como cocinar y lavar ropa.

�Muchos de los compa�eros todav�a no quieren entender nuestras demandas�, afirm� la comandanta Sandra. �Pero no podemos luchar contra el mal gobierno sin ellos�.

Decenas de mujeres zapatistas, muchas de ellas ind�genas mayas tzeltal de las tierras bajas de Chiapas, adornadas con plumas y cintas multicolores y sus ojos oscuros enmarcados por pasamonta�as negras, salieron del r�stico auditorio en medio del aplauso de cientos de feministas internacionales reunidas en la sesi�n inaugural del Encuentro de Mujeres Zapatistas con Mujeres del Mundo, realizado a fines del a�o pasado por invitaci�n del Ej�rcito Zapatista de Liberaci�n Nacional (EZLN).

A fines de julio, al t�rmino de una reuni�n con campesinos de una decena de municipios en la aldea conocida como La Realidad, Evarilda, una joven rebelde de esa comunidad, al parecer sin la aprobaci�n previa de la comandancia general del EZLN, convoc� al encuentro de todas las mujeres, explicando que los hombres estaban invitados para ayudar en la log�stica pero que mejor se quedaran en casa a cuidar a los ni�os y los animales mientras las mujeres conspiraban contra el capitalismo.

Siguiendo lo dicho por Evarilda, durante el encuentro llevado a cabo del 29 al 31 de diciembre �al que asistieron entre 300 y 500 mujeres activistas no mexicanas� en esta localidad llamada oficialmente municipio aut�nomo Francisco G�mez, y que rindi� homenaje a la memoria de la fallecida comandanta Ramona, los hombres desempe�aron decididamente un papel secundario.

Letreros colocados alrededor del caracol �centro cultural y pol�tico zapatista� llamado �Resistencia Hacia un Nuevo Amanecer�, advert�an a los varones que no pod�an actuar como �voceros, traductores o representantes en las sesiones plenarias�.

En vez de ello, sus actividades se confinar�an a �preparar y servir comida, lavar platos, barrer, limpiar las letrinas, recoger le�a, y cuidar a los ni�os�.

De hecho, algunos j�venes zapatistas se pusieron delantales que llevaban impresas palabras como �tomate� y EZLN para trabajar en las cocinas.

Mientras tanto, los hombres mayores se sentaban en silencio en bancas de madera en las afueras del auditorio, algunas veces haciendo se�as entre ellos cuando una compa�era sosten�a un buen argumento o sonriendo con orgullo luego que su hija, esposa, hermana o madre contaran sus historias a las asistentes.

Mujeres ganan espacio
El papel de la mujer dentro de la estructura zapatista ha cambiado dr�sticamente desde que se gest� la rebeli�n.

Cuando los fundadores del EZLN, radicales de las ciudades del norte de M�xico, llegaron por primera vez a las tierras bajas tzeltal-tojolabal en el sureste de Chiapas, las mujeres eran mantenidas monoling�es por sus maridos como un medio de control, dedicadas a criar familias, y su posici�n no era destacada en la comunidad.

Los que vinieron de afuera ofrecieron a las j�venes independencia y las invitaron a asistir a los campos de entrenamiento en la monta�a donde aprender�an a llevar un arma y nociones de castellano. Se convirtieron en parte de la fuerza combativa del EZLN.

El 1 de enero de 1994, cuando los zapatistas tomaron las ciudades de San Crist�bal y Ocosingo y otras cinco cabeceras municipales, las mujeres constitu�an un tercio del ej�rcito rebelde. Combatientes mujeres se inmolaron en la sangrienta batalla por Ocosingo.

Integrar a las mujeres a la estructura militar result� m�s f�cil que cultivar la participaci�n en la estructura civil, arraigada en la vida de las comunidades.

Aunque las mujeres ocuparon cinco lugares de los 19 en el Comit� Clandestino Revolucionario Ind�gena, la comandancia general del EZLN, su representaci�n es mucho menor en los 29 consejos municipales aut�nomos y las cinco Juntas de Buen Gobierno que administran la autonom�a regional zapatista.

Pero conforme crec�a la infraestructura social zapatista, las mujeres se convirtieron en promotoras de salud y educaci�n y l�deres en las comisiones que planificaban esas campa�as.

Baja incidencia de violencia
La liberaci�n de las mujeres en la cultura zapatista se ha visto reforzada por la prohibici�n del consumo de alcohol impuesta por los zapatistas en sus comunidades.

Mientras que muchas localidades mayas del interior, como San Juan Chamula, est�n saturadas por el alcohol y elevadas cifras de violencia dom�stica, la regi�n zapatista tiene los m�s bajos indicadores de abuso en el estado, seg�n datos mostrados por la comisi�n de mujeres del Congreso de Chiapas.

Como estado, Chiapas tiene una de las cifras m�s elevadas de femicidios en M�xico: 1,456 mujeres fueron asesinadas entre los a�os 2000 y 2004.

La baja incidencia de violencia contra las mujeres en la zona de influencia zapatista es m�s notable porque gran parte del territorio rebelde en las zonas bajas se extiende a territorio guatemalteco, donde 500 mujeres son asesinadas cada a�o.

Con los hombres cuidando a los ni�os y limpiando las letrinas, las mujeres contaron sus historias en las plenarias.

Muchas j�venes compa�eras como Evarilda han crecido en la revoluci�n �que este a�o cumpli� su 14� aniversario� y contaron que aprendieron a leer y escribir en escuelas rebeldes, de su trabajo como promotoras sociales, como maestras, como campesinas o madres.

Las abuelas zapatistas hablaron de los primeros a�os de la rebeli�n y comandantas veteranas como Susana, quien habl� con emoci�n sobre Ramona, �la m�s peque�a de las peque�as�, su compa�era de tantos a�os, recordaron c�mo en la guerra hombres y mujeres aprendieron a compartir los quehaceres dom�sticos como cocinar y lavar ropa.

�Muchos de los compa�eros todav�a no quieren entender nuestras demandas�, afirm� la comandanta Sandra. �Pero no podemos luchar contra el mal gobierno sin ellos�.

viernes, 15 de febrero de 2008

El violín o ¿los soldados también sienten?

Archivado en: Cinema, Al topón X reinita
Escena de El violín

A principios de este mes, algunos cines comenzaron a exhibir una película ya anunciada por unas cuantas vallas en la Ciudad Monstruo. La dicha película sólo mereció un par de anuncios televisivos a altas horas de la noche y en canales culturales (si tal cosa existe).

Luego, La Jornada sacó una columna en la que se comenta el filme, calificado de “obra de arte” y “metáfora de la militarización de América Latina”.

Seguramente a estas alturas, ustedes que viven en el defectuoso saben muy bien de qué les hablo, pero ustedes que tienen la suerte de respirar aires más limpios, (o sea que viven en otro lado) probablemente tienen la desgracia de ignorar que esta nota es sobre El violín, una película de Francisco Vargas Quevedo.

Y esa ignorancia estaría justificada pues no sabemos porqué (en serio no sabemos, pero nos imaginamos) El violín sólo se ha exhibido en esta mugrosa pero suertudota ciudad.

Pero claro, ¿a quién le convendría que en Michoacán, Veracruz, Guerrero y pongamos aquí un largo etcétera, llegara una película que muestra el avance militar sobre comunidades pobres, asesinando y violando, destruyendo campos, caminos y viviendas?

Más allá de especulaciones y de los miles de comentarios que se puedan hacer en torno a esta peli, los que la vimos quizá coincidamos en una cosa: es una película hermosa. Cada quién tendrá una postura política, una formación estética y una historia personal que lleva y trae pa todos lados, pero sobre todo eso, El violín es un peliculón. Y hasta aquí de eso.

Lo que quiero compartir es una de las reflexiones que despertó El violín en mi cabecita. Y la despertó porque ha estado ahí siempre, pero se hace la dormida, pues ante las atrocidades que, sabemos de sobra, son la especialidad de policías y soldados, ¿quién podría verlos como personas sensibles? Pues El violín se atreve, y nos muestra otra realidad que también está ahí y que, lejos de interpretaciones poéticas, valdría la pena analizar.

La película y la realidad dejan algunas cosas claras: los soldados mexicanos no tienen nada que ver con los gringos, por dar un ejemplo, que creen estar luchando por la libertad del mundo, que verdaderamente están convencidos de que su vida y muerte van a “hacer la diferencia” porque es lo que les han dado a mamar desde que nacieron. No, los soldados mexicanos no son justicieros ni paladines de la libertad, sólo son hombres resentidos obedeciendo órdenes, son hombres sin sueños con el poder de un uniforme.

El soldado mexicano no pudo elegir entre quedarse con Lana Lang o ser soldado, entre ir a la Universidad y ser soldado, entre ser libre y ser soldado. Él viene de un mundo que en general, es igual a ese que luego tiene que combatir, el mundo que está aquí, en las sierras, en el campo, en Neza, en Iztapalapa, protestando o levantándose en armas cuando ya no queda de otra. El soldado mexicano no dijo un dia: “me voy a la guerra por la libertad” porque ni sabe lo que es la libertad, ni sabe que la guerra a la que va es contra los que son igual que él, pero más libres porque no obedecen órdenes ni matan o torturan por dinero o por poder.

Ninguno de nosotros puede negar el haberse preguntado qué chingados pasa por la mente de esos cabrones cuando hacen lo que hacen, desde el 68, el 71, pasando por Atenco, Oaxaca y Zongolica más recientemente.

Se ha dicho que les dan drogas, que en realidad no están 100% conscientes de sus actos, que toda la mierda que les han metido en la cabezota a punta de madrazos y humillaciones (porque así es el ejército, no hay honor ni nada de eso), no les permite comprender porqué lo que hacen está jodidamente mal. Lo cierto es que aunque nos resistamos a creerlo o aceptarlo, también son personas y son un gran problema, porque están armados y les pagan los ricos que no somos nosotros, aunque les paguen con nuestros impuestos.

Si a ellos se les dice que nosotros somos el enemigo, por no conformarnos con la discriminación, el desempleo, el hambre o lo que sea, ¿qué son ellos para nosotros? Si no somos guerrilleros y no tenemos armas, si sólo somos nosotros, que estudiamos, trabajamos de lunes a viernes y luego vamos al cine, a una tocada, a un bar ¿cuál es nuestra arma? ¿Cómo los vamos a combatir cuando lleguen a nuestras casas?

El viejo tenía un violín…


El violín o ¿los soldados también sienten?

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Escena de El violín

A principios de este mes, algunos cines comenzaron a exhibir una película ya anunciada por unas cuantas vallas en la Ciudad Monstruo. La dicha película sólo mereció un par de anuncios televisivos a altas horas de la noche y en canales culturales (si tal cosa existe).

Luego, La Jornada sacó una columna en la que se comenta el filme, calificado de “obra de arte” y “metáfora de la militarización de América Latina”.

Seguramente a estas alturas, ustedes que viven en el defectuoso saben muy bien de qué les hablo, pero ustedes que tienen la suerte de respirar aires más limpios, (o sea que viven en otro lado) probablemente tienen la desgracia de ignorar que esta nota es sobre El violín, una película de Francisco Vargas Quevedo.

Y esa ignorancia estaría justificada pues no sabemos porqué (en serio no sabemos, pero nos imaginamos) El violín sólo se ha exhibido en esta mugrosa pero suertudota ciudad.

Pero claro, ¿a quién le convendría que en Michoacán, Veracruz, Guerrero y pongamos aquí un largo etcétera, llegara una película que muestra el avance militar sobre comunidades pobres, asesinando y violando, destruyendo campos, caminos y viviendas?

Más allá de especulaciones y de los miles de comentarios que se puedan hacer en torno a esta peli, los que la vimos quizá coincidamos en una cosa: es una película hermosa. Cada quién tendrá una postura política, una formación estética y una historia personal que lleva y trae pa todos lados, pero sobre todo eso, El violín es un peliculón. Y hasta aquí de eso.

Lo que quiero compartir es una de las reflexiones que despertó El violín en mi cabecita. Y la despertó porque ha estado ahí siempre, pero se hace la dormida, pues ante las atrocidades que, sabemos de sobra, son la especialidad de policías y soldados, ¿quién podría verlos como personas sensibles? Pues El violín se atreve, y nos muestra otra realidad que también está ahí y que, lejos de interpretaciones poéticas, valdría la pena analizar.

La película y la realidad dejan algunas cosas claras: los soldados mexicanos no tienen nada que ver con los gringos, por dar un ejemplo, que creen estar luchando por la libertad del mundo, que verdaderamente están convencidos de que su vida y muerte van a “hacer la diferencia” porque es lo que les han dado a mamar desde que nacieron. No, los soldados mexicanos no son justicieros ni paladines de la libertad, sólo son hombres resentidos obedeciendo órdenes, son hombres sin sueños con el poder de un uniforme.

El soldado mexicano no pudo elegir entre quedarse con Lana Lang o ser soldado, entre ir a la Universidad y ser soldado, entre ser libre y ser soldado. Él viene de un mundo que en general, es igual a ese que luego tiene que combatir, el mundo que está aquí, en las sierras, en el campo, en Neza, en Iztapalapa, protestando o levantándose en armas cuando ya no queda de otra. El soldado mexicano no dijo un dia: “me voy a la guerra por la libertad” porque ni sabe lo que es la libertad, ni sabe que la guerra a la que va es contra los que son igual que él, pero más libres porque no obedecen órdenes ni matan o torturan por dinero o por poder.

Ninguno de nosotros puede negar el haberse preguntado qué chingados pasa por la mente de esos cabrones cuando hacen lo que hacen, desde el 68, el 71, pasando por Atenco, Oaxaca y Zongolica más recientemente.

Se ha dicho que les dan drogas, que en realidad no están 100% conscientes de sus actos, que toda la mierda que les han metido en la cabezota a punta de madrazos y humillaciones (porque así es el ejército, no hay honor ni nada de eso), no les permite comprender porqué lo que hacen está jodidamente mal. Lo cierto es que aunque nos resistamos a creerlo o aceptarlo, también son personas y son un gran problema, porque están armados y les pagan los ricos que no somos nosotros, aunque les paguen con nuestros impuestos.

Si a ellos se les dice que nosotros somos el enemigo, por no conformarnos con la discriminación, el desempleo, el hambre o lo que sea, ¿qué son ellos para nosotros? Si no somos guerrilleros y no tenemos armas, si sólo somos nosotros, que estudiamos, trabajamos de lunes a viernes y luego vamos al cine, a una tocada, a un bar ¿cuál es nuestra arma? ¿Cómo los vamos a combatir cuando lleguen a nuestras casas?

El viejo tenía un violín…


Exclusiva: 'Espiar' a Cubanos y Venezolanos fue la tarea que le encomendaron a un miembro del Peace Corps y a un estudiante que recibió la beca 'Fulbright'

JEAN FRIEDMAN-RUDOVSKY y BRIAN ROSS informan:

Feb. 8, 2008—

En una evidente violación de la política de los Estados Unidos, voluntarios del Peace Corps y un becario "Fulbright" fueron encomendados por un funcionario de la embajada de Estados Unidos en Bolivia "a básicamente espiar" a Cubanos y Venezuelanos en el país, según el personal del Peace Corp y el becario "Fulbright" involucrados.

"A mi me dijeron que les dé los nombres, las direcciones y las actividades de cualquier doctor o trabajador Venezolano o Cubano con el que me cruzara durante mi estadía aquí," dijo el becario Fulbright John Alexander van Schaick a ABCNews.com durante una entrevista en La Paz, Bolivia.

La versión de van Schaick coincide con la de los miembros y empleados del Peace Corps que alegan que el pasado julio el grupo de nuevos voluntarios fue instruido por el mismo funcionario de la embajada de los Estados Unidos en Bolivia para que proporcionen información acerca de ciudadanos Cubanos y Venezolanos.

El Departamento de Estado dice que una pedido de ese tipo fue "un error" y una violación de la política establecida por EEUU, la cual prohíbe el uso del personal del Peace Corps o de los becarios Fulbright como fuentes de inteligencia.

"Tomamos esto muy en serio y deseamos recalcar que esta no es de ningún modo nuestra política," dijo el portavoz del Departamento de Estado.

El becario Fulbright van Schaick, un graduado de la Universidad de Rutgers, dijo que el pedido se hizo durante una instrucción obligatoria y en una reunión con el Assistant Regional Security Officer Vincent Cooper en la embajada la mañana del 5 de Noviembre del 2007.

Segun van Schaick, el pedido de recaudar información "surgió casualmente" a la mitad de una reunión de 30 minutos a solas con Cooper que inicialmente se concentró en consejos sobre inquietudes acerca de la vida y la seguridad en Bolivia.

"El dijo: 'Conocemos a los venezolanos y a los cubanos y queremos estar al tanto de lo que hacen,'" dijo van Shaick quién recuerda sentirse "consternado" al escuchar dicho comentario.

"Estaba en shock," dijo van Schaick. "Lo que se me vino a la mente fue 'ay Dios mío" alguien de la embajada de los Estados Unidos me acaba de pedir que básicamente espié para la embajada Estadounidense."

Algo similar surge en la versión de los tres voluntarios del Peace Corps y en la de su supervisor. El 29 de julio del 2007, justo antes de que los nuevos voluntarios fuesen juramentados, dicen que el funcionario de seguridad de la embajada Vincent Cooper visitó al grupo de 30 personas para darles una charla acerca de la seguridad y hizo el pedido sobre los Cubanos y los Venezolanos.

"El dijo que tenía que ver con la lucha contra el terrorismo," dijo uno acerca de la reunión con el funcionario de la embajada. Otros recuerdan que les dijeron "es por su propia seguridad."

La Subdirectora del Peace Corps Doreen Salazar, recuerda el incidente claramente porque dice que fue la primera vez que escuchó a un funcionario de la embajada hacer tal pedido a un grupo del Peace Corps.

Salazar dice que a ella y a sus compañeros de trabajo les pareció que el comentario fue inapropiado y que interrumpieron la reunión para aclarar que los voluntarios no tenían que seguir las indicaciones dadas por la embajada y luego se quejó directamente con la embajada acera del incidente.

"El Peace Corps no es una institución política," dice Salazar. "Le hemos dejado en claro a la embajada que esto fue un pedido inapropiado y estuvieron de acuerdo."

De hecho, el Departamento de Estado admite haber aceptado la equivocación y aseguró que no volvería a ocurrir otra vez.

Sin embargo, solamente cuatro meses después, el becario Fulbright van Schaick dice que el mismo funcionario de la embajada, Cooper, le pidió que espiara a los cubanos y a los venezolanos.

Un funcionario de la embajada de EEUU en La Paz dijo que Cooper estaba dirigiendo toda llamada sobre el tema al Departamento de Estado en Washington.

Van Schaick dice que nunca considero cumplir el pedido por temor a violar las leyes de espionaje en Bolivia y poner en riesgo la integridad del programa Fulbright, que cada año envía cientos de graduados de universidades de EEUU a países en todo el mundo.

"Se supone que debo ser un embajador cultural para incrementar el entendimiento mutuo entre nosotros y el pueblo de Bolivia," dice van Schaick. "Estos esta completamente en contra de lo que representa Fulbright."

El programa Fulbright recibe el financiamiento del Departamento de Estado y el Peace Corps es una entidad federal, pero el Departamento de Estado insiste que ningún grupo tiene la obligación de servir como fuente de inteligencia.

De hecho, las dos organizaciones tienen estrictas reglas en contra de quienes se involucren en la política del país que los acoge.

Como muchos trabajadores del Peace Corps, van Schaick lleva acabo su investigación en la zona rural de Santa Cruz, donde doctores Cubanos están proporcionando servicios médicos gratuitos como parte de la solidaridad de Cuba con su aliado socialista, el Presidente Boliviano Evo Morales.

Probablemente las acusaciones tendrán consecuencias en Bolivia -- especialmente dado que ya existe una relación inestable entre la administración del presidente Bush y el gobierno, ya dos anos en el poder, del presidente Morales.

"Estos son incidentes serios que investigaremos a fondo," dijo el Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia David Choquehuanca en una entrevista.

"Cualquier uso de estudiantes o voluntarios de EEUU por parte de su gobierno para proveer inteligencia representa una seria amenaza a la soberanía de Bolivia."

La ley de Bolivia establece serias penalidades en casos de espionaje. De acuerdo con el Articulo 111 del código penal del país, "quien proporcione documentación secreta, objetos o información...a cerca de las relaciones exteriores [de Bolivia] como parte de un intento de espionaje por otros países en tiempo de paz, que pone en riesgo la seguridad del estado, será penalizado con 30 años de prisión."

Dicho de otra forma: si un ciudadano de EEUU proporciona información en un intento de espionaje, correría el riesgo de recibir la sentencia máxima de prisión en Bolivia.

Pero los ciudadanos de EEUU que reportaron la forma en que el funcionario del departamento de estado se dirigió a ellos -- dijeron que no se mencionó ningún riesgo legal que podría surgir por cumplir con el pedido de proveer información sobre ciudadanos extranjeros en Bolivia.

No hay evidencia que alguno de los voluntarios reportara el caso a la embajada de EEUU.

Van Schaick dice que esta conciente dé la caja de Pandora que se acaba de abrir.

El originario de Hoboken, Nueva Jersey, sin embargo, estaba decidido a hacer público el incidente -- con la esperanza de que cambien las cosas.

"Yo hable porque el pueblo Boliviano tiene derecho a saber," dice el ex activista sindical, van Schaick. "Pedirles a los becarios Fulbright que espíen simplemente no esta bien."

Tres de los cuatro becarios Fulbright actualmente en Bolivia dicen que a ellos nunca les preguntaron acerca de los cubanos o venezolanos en sus reuniones. Un cuarto becario Fulbright se negó en varias ocasiones a conceder un entrevista sobre el tema.

Milicianas ensalzan la lucha del EZLN

Diana Itzu Gutiérrez Luna


En diciembre pasado, durante tres días, más de 500 mujeres de distintas nacionalidades se reunieron en La Garrucha, principal bastión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, para escuchar los testimonios de vida de las insurgentes antes y después del levantamiento armado.

“El principal problema no es con los hombres sino con los gobernantes”, atesta a manera de bienvenida la comandanta Dalia, durante el Primer Encuentro de las Mujeres Zapatistas con las Mujeres del Mundo, realizado del 29 al 31 de diciembre en el Caracol de La Garrucha, como parte del tercer Encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del Mundo. Las palabras de la insurgente se desnudan sin timidez ante los gestos y miradas de más de 500 mujeres de 30 nacionalidades, encapsuladas todas en un auditorio con piso de tierra, paredes y techo de madera que, pese a su precariedad, da la intimidad justa para hacer afable la reunión.

Los temas de las plenarias se enfocan en siete puntos: cómo vivían antes (del levantamiento armado) y cómo viven ahora; cómo se organizan para ser autoridades; comercio, venta y compra de productos, trabajos colectivos, cooperativas y sociedad; salud; educación; niños y niñas zapatistas; y las zapatistas y la Otra Campaña. Participan mujeres de La Garrucha, La Realidad, Morelia, Oventic y Roberto Barrios, los cinco Caracoles bastión del EZLN.

Las reflexiones atraen a los hombres que deambulan por el auditorio donde se realiza el encuentro. Aunque a ellos no les es permitida la entrada -por ser una plenaria desde y para las mujeres-, el prolongado eco de las bocinas despierta su curiosidad. Mientras las mujeres discuten, afuera, los milicianos llevan leña, preparan los guisos, acarrean agua para los baños y a veces escapan de las labores asignadas para mirar de lejos a sus compañeras. Los niños se concentran en una escuelita a un kilómetro de distancia del Caracol.

Encuentro con la memoria

En un retroceder veloz hacía antes del 1 de enero de 1994, los testimonios de las abuelas, insurgentas, milicianas, niñas, madres y promotoras esculpen historias de indígenas subyugadas por los patrones, hoy llamados gobernantes.

“El patrón nos tenía como animales”, dice una de las abuelas quien, al igual que las niñas, no cubre su rostro con pasamontañas. A su testimonio se une el de otras cuatro ancianas, quienes repasan la vida en las viejas fincas, las largas faenas y el maltrato. Entonces, dicen, su día empezaba a las dos de la mañana para cortar la leña, acarrear el agua, llegar hasta la casa grande del patrón, preparar café, moler la sal, hacer tortillas, panela, posol. Limpiar la casa, bañar y alimentar a los hijos ajenos, lavar la ropa de los hacendados, cuidar a los animales. Al final del día, llegar a su modesta choza a hacer lo propio. Descanar cuatro horas y al día siguiente, la misma jornada.

La abuela Amira comparte: “el patrón nos tenía como animales”. Su voz sube de tono cuando reivindica que el levantamiento zapatista, en 1994, les permitió dejar esa forma de esclavitud, “sino ahora seríamos mozas, el patrón era bravo, esos tiempos eran de mucho sufrimiento”, dice la anciana al tiempo que baja el rostro por largos segundos y sigue: “llego un día que el patrón ordenó a su gente para que agarraran y colgaran a la mujer para que la pudiera violar. Don Enrique Castellanos y Javier Albores tuvieron familia con sus criadas, si uno no entrega a su hija lo colgaban en el palo”. Eso ocurrió, dicen, cuando trabajaban en las fincas El Rosario, Las Delicias y El Porvenir.

La anciana Eva se desprende por unos minutos de sus recuerdos y los plasma en hojas en su lengua tseltal; Lucia traduce: “en los cañaverales molíamos sal para alimentar el ganado del patrón, a veces más de 100 kilos, el capataz nos vigilaba, nos pegaba con chicote, era tan duro que nos desmayábamos de dolor. Al esposo lo amarraban en un árbol desnudo durante uno o dos días, a nosotras nos hincaban en piedra filosa hasta que nos sangraban las rodillas”.

En un arrebato de indignación, Norma interviene: “¡Violaban a nuestras hijas desde niñas, y si las defendíamos nos mandaban matar!”, en un susurro que apenas se entiende, reprocha: “el maldito patrón nunca pagaba con dinero, sino con trago”.

Eva, Norma, Maribel y Araceli fueron las primeras ancianas que hace casi 20 años compartieron la clandestinidad junto con siete de los insurgentes que formaron el movimiento guerrillero en las montañas del sureste mexicano. Orgullosas, dicen que su integración a la milicia se dio no sólo de palabra, sino que también tomaron las armas.

Maribel evoca con nostalgia un pedazo de memoria guardado en las montañas: habla de cómo conseguían comida para los primeros guerrilleros: les daban camote, azúcar, pinole, pan, galletas. “Nunca nos olvidamos de ellos, caminábamos en picada en la noche, despacito para que no nos encontraran los perros. Cuando llegábamos hasta el campamento, ellos nos hablaban de política, nos enseñaban a manejar las armas y a vigilar; veíamos películas de la lucha en otros países, de otros pueblos que pelearon por su liberación. No eran películas de fiesta sino de valor. Aprendimos que aquí, quien hacía esa lucha se llamaba EZLN”.

Las insurgentas

Vestidas con traje de guerrilleras, las zapatistas atraen la lente de las cámaras de las fotógrafas. “Venimos representando a las insurgentas que se encuentran en diferentes posiciones de la montaña del sureste mexicano” -anuncia Gabriela, la vocera- “para hacernos milicianas tuvimos que dejar a la familia y casa. Dejamos todo para cambiar nuestra forma de vida. Aprendimos a leer y escribir, todo lo que no aprendimos en la casa lo hicimos en la montaña”, agrega.

“Con 515 años que como indígenas hemos padecido la explotación, estamos concientes que si es necesario pelear con armas ahí estaremos”, dice firme Elena. Ésta guerrillera, quien tiene el grado de capitana, explica cómo las mujeres se integraron al movimiento: “Nosotras como indígenas fuimos con palo y machete no para ganar dinero, sino por que nos dimos cuenta que sólo queda este camino. Sabíamos que íbamos a morir de enfermedad o hambre, pero no teníamos miedo, y salimos a demostrar al mal gobierno que las mujeres tienen valor, que tenemos libertad como mujeres. El mal gobierno no es tan fácil que nos destruya y humille. Nos vamos a defender porque somos el ejército del pueblo”.

Infancia zapatista

Cuando la memoria es muy corta, las palabras simples son las más francas. Las niñas toman el micrófono: “gracias a la lucha estoy presente con vida, sino estaría muerta por hambre y enfermedad por culpa del mal gobierno y el sistema capitalista”, expresa María Luisa, quien a sus nueve años de edad es la primera generación de niños que crece en la nueva forma de estructura social que desarrolla el EZLN. “No vamos a pedir permiso a nadie, no vamos a esperar nada del gobierno por que su mano está llena de sangre de niños inocentes y humildes”, dice reflexiva.

Estudia en una de las escuelas autónomas creadas por el EZLN, donde los preceptos son que los niños conozcan sus derechos, cuyo conocimiento, se les enseña, y es su mejor arma de defensa en la vida. “Tengo derecho a estudiar, a pasear, jugar y cantar, bailar en las fiestas cuando para mi es necesario divertirme. Yo como niña conozco la realidad, me siento orgullosa de ser zapatista, porque la resistencia es la mejor arma para nuestra existencia”, explica frente a un auditorio, sorprendido por la agudeza de su razonamiento.

Lucha por la dignidad

Durante la reunión con las promotoras de salud y educación, las milicianas aseguran que no buscan ser educadas ni formadas con discursos feministas. No quieren que se les vea como víctimas o que les tengan lástima. No quieren olvidar la cultura que les da la dignidad de ser indígenas. Lubia, promotora de salud, advierte: “lo que les platicamos no es para que nos tengan lástima, sino para que se den cuenta cómo vivimos fuera de las zonas zapatistas, donde aún somos despreciadas por ser indígenas”.

“Elegimos luchar por la vida y no esperar a la muerte”, explica Magali, en representación de las parteras de los Caracoles. Explica que la muerte de las mujeres por complicaciones durante el embarazo o el alumbramiento aún es uno de los principales problemas de las zonas indígenas. Las promotoras de salud coinciden en evitar la dependencia de instituciones de salud del gobierno o privadas. Dicen que en cada comunidad fomentan el que se cultiven hierbas medicinales y sólo en caso de que éstas no surtan efecto, recurran a la medicina de patente.

Las promotoras de salud zapatistas explican que su compromiso no sólo es atender al enfermo, sino dar pláticas y talleres de prevención, vigilar la consulta, acompañar al paciente, vacunar a los niños y a mujeres embarazadas; el control prenatal y la atención del parto o en su caso, del aborto. Anuncian que pronto habrá una clínica especializada en atención ginecológica. Concluyen que a diferencia de los médicos y clínicas privadas, para ellas la salud no es un negocio, sino parte de su compromiso con social.

Educación verdadera

Eugenia recuerda que desde niña sus padres no le daban el derecho a estudiar, porque a ellos les enseñaron que las mujeres sólo iban a la escuela a buscar novio y marido, “por eso muchas mujeres actualmente no saben leer ni escribir”, lamenta. Agrega que antes de 1994 la mayoría de niñas no iba a la escuela no sólo porque los maestros no se lo permitieran, sino porque los maestros las discriminaban por ser mujeres.

“No nos daban lugar para sentarnos, y nos prohibían jugar con niños. Si en la clase no entendíamos, los maestros nos pegaban con borrador o vara. Si les preguntábamos ¿cómo se hace? nos respondían con un regaño y mejor nos quedábamos calladas. Si hacíamos la tarea como sabíamos y cuando lo revisaban no estaba como ellos querían, entonces nos castigaban poniéndonos a barrer el salón o nos dejaban encerradas. No les importaba si llegábamos noche a la casa”, explica y agrega que esas fueron algunas razones por las cuales, dentro de los fines de la lucha zapatista se decidió iniciar en las comunidades “una nueva educación”.

La “educación verdadera”, como ellas le llaman, se basa en las siete demandas zapatistas, relacionadas con cuatro áreas de conocimiento: lengua; historia y política; vida y medio ambiente; matemáticas. El propósito de su educación es construir un sistema de enseñanza analítico, liberador, reflexivo y dueño de la realidad, donde nunca más se excluya a las mujeres.

En las comunidades zapatistas, el rechazo a los partidos políticos es otro de los principios básicos. Al respecto, Vanesa, otra de las asistentes: “Antes era la esclavitud por el patrón, ahora es la de los partidos políticos, ofrecen migajas para la votación, el Progresa a las mujeres y el Procampo a los hombres, por eso nosotras las zapatistas no participamos en las elecciones, porque no buscamos el poder en una sola persona, sino en el pueblo”.

Durante los tres días del encuentro tres palabras no se separaban en voz de las ponentes: “mujeres indígenas zapatistas”. No se escuchan los términos feminismo o género, y es precisamente por el contexto histórico, social y político de las milicianas: esclavitud, pobreza, etnocidio, racismo, guerra de “baja intensidad” son parte de su bagaje.

Las palabras surgen mientras la escucha lo permita, la intimidad del encuentro con la memoria retroalimenta a todas las participantes. La reunión entre las mujeres indígenas y no indígenas genera simpatías, entendimiento y respeto. “Estamos poniendo en la práctica la resistencia y la rebeldía y, no es por capricho; no somos rebeldes contra nuestras compañeras o compañeros, nos hicimos rebeldes contra el sistema que vivimos”, concluye Vanesa.

Revista Contralínea

Publicado: Año 4 / Febrero 2008 / Número 39

07 FEB 08 | "Intimidades congeladas", de Eva Illouz
¿De qué hablamos cuando hablamos de emociones?
Un libro que abre nuevas perspectivas y polémica.

Intimidades congeladas

(IntraMed)

Un libro que abre nuevas perspectivas, las crónicas de su lectura y una polémica que queda abierta para usted.

Sobre el libro "Intimidades congeladas, las emociones en el capitalismo", de Eva Illouz. Katz editores

Habitualmente se ha afirmado que el capitalismo tiene un rostro frío, desprovisto de emociones, guiado por la racionalidad burocrática, ajeno a los sentimientos; que el comportamiento económico está en conflicto con las relaciones íntimas y que las esferas pública y privada se oponen irremediablemente. Sin embargo, en esta obra tan inteligente como provocadora, Eva Illouz muestra de qué modo el capitalismo ha alimentado una intensa cultura emocional, favoreciendo el desarrollo de una nueva cultura de la afectividad. Así, mientras el yo privado se manifiesta más que nunca en la esfera pública, las relaciones económicas han adquirido un carácter profundamente emocional y las relaciones íntimas se definen cada más por modelos económicos y políticos de negociación e intercambio. Eva Illouz explora este "capitalismo emocional", que se apropia de los afectos al punto de transformar las emociones en mercancías, en una variedad de lugares sociales, desde la literatura de autoayuda, las revistas femeninas y los grupos de apoyo, hasta las nuevas formas de sociabilidad nacidas de Internet.

* Acceda a un fragmento del libro haciendo click aquí


Crónicas de lectura:

En IntraMed hemos invitado al Dr. Carlos Tajer, destacado cardiólogo y uno de los autores del ya clásico libro "Evidencias en Cardiología" a leer el texto y darnos sus impresiones personales. Nos estimuló a ello la lectura anticipada de su próximo libro: "El Corazón enfermo. Biología de las emociones y enfermedad cardiovascular" (Libros del Zorzal). Allí plantea una propuesta para explicar la relación entre las historias de vida relacionadas con las crisis cardíacas y el sentido biológico de la compleja fisiopatología que se pone en juego. A través del relato novelado de una historia que culmina en un infarto se exploran las contribuciones de diferentes aspectos del pensamiento científico relacionados con el tema, para luego plantear una hipótesis integradora final. Nos pareció atractiva la idea de establecer un diálogo entre dos libros que abordan el tema de las emociones y una forma de estimular a nuestros lectores a que busquen, lean, disfruten y discutan con estos dos textos ante los que no le resultará fácil permanecer indiferentes.


Comentario de lectura 1

Comentarios de un cardiólogo
Por el Dr. Carlos Tajer

La forma de enfermar y morir es parte integral de nuestro modo de vida. Es frecuente explicar la actual epidemia de enfermedades cardiovasculares, por ejemplo, por el impacto generado por las modificaciones de la alimentación y la actividad física en particular en los últimos doscientos años. Esto nos remite a una cultura particular (dieta, actividad física) ineludiblemente entrelazada con nuestra sociedad en sus aspectos económico- productivos y su arquitectura urbana.

En los últimos años he explorado la relación entre acontecimientos “dramáticos” de la vida y la aparición de eventos cardíacos agudos (infarto de miocardio, angina inestable), tratando de relacionar la “emoción” del infarto con el andamiaje biológico activado. El avance notable en la comprensión del rol biológico de las emociones tanto en la evolución y selección, como en la dinámica de la vida animal, sus mediadores, circuitos, ha ayudado a establecer por los menos una hipótesis integrada con exploraciones de campos de la cultura y la psicología, para permitir una mirada más compleja del paciente con esta enfermedad.

¿Es posible atribuir en parte la epidemia cardiovascular a un cambio cultural en las “emociones” o lo que las motivan?

Se podría argumentar que las emociones son desde una mirada biológica “respuestas estereotípicas pre-establecidas a estímulos competentes”, de tal manera que, por ejemplo, nuestra reacción de miedo es en esencia biológica, y lo que cambian culturalmente son los estímulos competentes para generarlo. Esta explicación funciona muy bien para las emociones “básicas” (miedo, enojo, disgusto) pero el modelo se vuelve más débil cuando ingresamos a la complejidad de los afectos humanos, como mínimo una “mezcla” sutil que en muchos casos es “innombrable”. ¿Cómo llamar al estado emocional empático al leer de Borges: “He cometido el peor de los pecados, no he sido feliz.”?

Aunque nuestra emoción al leer las poesías amorosas bíblicas de 3000 años atrás, o los relatos de la Ilíada nos permite compartir con culturas muy diferentes de la actual, es posible pensar que nuestra forma de amar, celar, triunfar, mandar, son estructuralmente diferentes. ¿Puede tener relación esta particular forma de emocionarse con la epidemia cardiovascular?

Una primera aproximación a esta exploración puede ser abordada a través de la lectura del libro de Eva Illouz que comentamos, que expone a través de tres conferencias la “construcción de las emociones” en la sociedad norteamericana en el siglo XX desde el enfoque de la sociología de la cultura.

El libro es provocativo es varias dimensiones. Desde el subtítulo “Las emociones en el capitalismo” al título del primer capítulo, “El surgimiento del Homo Sentimentalis”, o la propuesta de un “capitalismo emocional” podemos reconocer que la autora no se ha propuesto un trabajo menor.

La definición que utiliza de emoción no es muy estricta desde el punto de vista biológico o médico, pero si operativa para su análisis: “La emoción puede definirse como el aspecto “cargado de energía” de la acción, en que se entiende que implica al mismo tiempo cognición, afecto, evaluación, motivación y el cuerpo.”. Esta definición inscribe a las emociones en sus significados culturales y relaciones sociales. Es sencillo comprender que la misma frase se asocia con emociones diferentes en el que la escucha de acuerdo a quien la pronuncia, su énfasis afectivo, la circunstancia y la historia del que la escucha.

El principal aporte del libro es el planteo de que en el siglo XX hemos asistido a varias “revoluciones” en el plano de la cultura de las emociones. “Lo que quiero afirmar aquí es que la construcción del capitalismo se hizo de la mano de una cultura emocional muy especializada”.

El libro está dividido en tres conferencias: en la primera analiza la creación de una cultura de clase media concentrada fuertemente en su vida emocional (en este aspecto la clase media argentina no tiene motivos para envidiar a la norteamericana), la segunda se refiere a la presencia de esta dimensión emocional en la cultura de los medios y la creación de una narrativa particular de autosufrimiento (que puede simbolizarse en los programas de Luisa Delfino o “si querés llorrar, llorá” de Moria Casán en la Argentina, o en EEUU en el programa de Oprah Winfrey, a quien Eva Illouz le ha dedicado un libro entero). La tercera tiene una dimensión más exploratoria referida a la nueva situación creada por Internet y las vinculaciones emocionales en la era de la realidad virtual.

La primera comienza con las conferencias Clark que dictó Sigmund Freud en Estados Unidos en 1909, y que tuvieron una gran influencia sobre la generación de un “estilo emocional – el estilo emocional terapéutico – que dominó el panorama cultural estadounidense del siglo XX”. Una de esas consecuencias, sin duda no deseada por Freud, fue el surgimiento ya en la década del 20 de la literatura de consejos (como hacer amigos, como triunfar en la vida), con una continuidad clara hasta la literatura actual denominada de “autoayuda”. Otra consecuencia de no menor relevancia ha sido la introducción de la psicología en los medios de trabajo, y la modificación de un modelo que podríamos llamar masculino de autoridad (como imagen el capanga de un obraje maderero o de una industria en serie) hacia otro más negociador adecuado a un gerente moderno que tiene en cuenta los sentimientos y aspiraciones de sus trabajadores. Refiriéndose al principal ideólogo de esta transformación, “Mayo estableció una continuidad discursiva entre la familia y el lugar de trabajo y llevó la imaginación psicoanalítica al centro mismo del lenguaje de la eficiencia económica”. Surgió así toda una serie de categorías: ética comunicativa, solidaridad, motivación, espíritu de la empresa, y el aporte más reciente de la “inteligencia emocional”.

Y aquí un primer quiebre que se reiterará en cada una de las conferencias: el tema es llevado desde un abordaje crítico, marcando como la construcción de un estilo emocional particular no es un complot maquiavélico de las fuerzas del mal.

La autora logra en este aspecto un delicado equilibrio. Puede escribir frases como “El capitalismo emocional es una cultura en la que las prácticas y los discursos emocionales y económicos se configuran mutuamente y producen lo que considero un amplio movimiento en el que el afecto se convierte en un aspecto esencial del comportamiento económico y en el que la vida emocional – sobre todo de la clase media – sigue la lógica del intercambio y las relaciones económicas”. Y sin embargo apartarse críticamente de una mirada Foucaultiana (que implicaría que estos aspectos psicológicos implican “disciplina”, “vigilancia” y “gobernabilidad”) prefiriendo una mirada pragmática. Esta diferencia es esencial para no hacer del libro una “crítica del capitalismo” desde una alternativa estructural y emocional utópica (en el sentido de que no existe en ningún lugar, lo que no signifique que no sea deseable) y plantearlo en términos de conflicto y tragedia.

Quizá un aspecto que condiciona esta otra mirada es la condición femenina de la autora. Hemos contemplado en el siglo XX como gigantesco avance de la humanidad el cuestionamiento de la dominación masculina y la inclusión de la mujer (como tendencia histórica, no como realidad “concluida” por supuesto) en todos los ámbitos de la producción y la cultura. Esta inclusión es también un producto histórico conflictivo del capitalismo del Siglo XX, con la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, la cultura de las emociones y la denominada revolución sexual.

Es muy sensible la caracterización de los ideales de salud psicológica y emocional, como objetivos a lograr en un proceso de autorrealización. Respecto a ese objetivo ideal, como es de esperar, generamos una “amplia variedad de personas no realizadas, y por lo tanto, enfermas.” Así existe un modelo de cómo deben ser los padres comprensivos, los alumnos ideales, la amistad en el divorcio, que en todos los casos por supuesto se asemejan poco a la realidad. En diferentes momentos de la lectura surgirán referencias muy cercanas a la cultura y lenguaje emocional de nuestra sociedad argentina, denominada por la autora como “narrativa de salud psicológica”. (Está gorda como un mecanismo de defensa …., el problema con su marido es debido a que tiene un fuerte Edipo…) tanto desde el medio como auto-rreferenciales, que resultan casi humorísticas dentro de lo trágico de la arrogante pretensión de explicar lo que no se entiende en absoluto.

En todo momento Illouz mantiene una enriquecedora dualidad conceptual en la interpretación de esta evolución de la “cultura emocional”. Es por supuesto mucho mejor ser bien tratado en el trabajo aunque a uno lo despidan, poder conversar en el matrimonio en condiciones de respeto e igualdad, poder reflexionar sobre lo que nos angustia y nos impide desarrollar una vida productiva, aunque estos “avances” sean parte de un modelo muy complejo de “ideales de salud emocionales”. El no ajustarse a estos ideales implica también la falta de salud emocional, el cuestionamiento de la propia “inteligencia emocional” satisfactoria y en los últimos años el acceso a la psicofarmacología.

En este sentido quizá, a pesar de lo muy actualizado del planteo del libro (el amor por Internet abarca una de las tres conferencias), carece de un enfoque de cómo esta mirada “psicológica” ha sufrido el impacto regresivo en los últimos 20 años de la psicofarmacología y la psiquiatría biológica, con el resurgimiento de la vorágine clasificatoria de los problemas emocionales que nos retrotrae al siglo XIX: disforia premenstrual, síndrome de ansiedad social (social anxiety disorder), síndrome de déficit de atención, cada uno por supuesto con su psicofármaco correctivo, lo que lleva a que uno de cada dos chicos en la sociedad norteamericana está medicado con psicofármacos. La brutal concepción de que “uno es su cerebro”, de tal manera de que todo sufrimiento emocional tiene una explicación química, es del nivel conceptual de pensar que los pensamientos escritos son las letras, la tinta y el papel, y más aún, que mejoraremos la calidad de nuestro pensamiento mejorando la caligrafía o la calidad e la impresora láser. Quizá este tema quede para una futura conferencia de Illouz.

En lo referido al modelo cardiovascular, podríamos establecer como hipótesis su relación con los valores de la sociedad del siglo XX y su quiebre en las diferentes historias de vida y fracasos culturales es una tarea apasionante, para el que esta obra de Illouz aporta claves muy valiosas.

En resumen, el libro de Eva Illouz es de lectura apasionante aún para los que comprendemos poco de la sociología de la cultura. Para un argentino de clase media la cantidad de referencias familiares en este escrito de una Socióloga nacida en Marruecos, formada en Francia e Israel, sobre la cultura norteamericana del siglo XX nos confirma que la globalización es, por lo menos en aspectos de cultura emocional, un hecho consolidado. .

Dr. Carlos Tajer


Comentario 2

¿De qué hablamos cuando hablamos de emociones?
Por el Dr. Daniel Flichtentrei

¿Qué transformaciones han sufrido las emociones en el mundo en que vivimos? Entre las barreras para sentir y la exhibición obscena de la intimidad convertida en espectáculo: ¿dónde estamos?

Entre el goce, el placer y el padecimiento, entre los neurotransmisores, la trivialidad del consumo y la degradación del lenguaje: ¿de qué hablamos cuando hablamos de emociones?

Es muy improbable que sobre un tema acerca del cual todos tenemos experiencias personales, alguien no se sienta habilitado para opinar. Tal vez sea justo que así sea. Pero resulta también improbable que esas opiniones se sustenten en fundamentos rigurosos.

Eva Illouz plantea en el libro “Intimidades congeladas, las emociones en el capitalismo”, una serie de hipótesis acerca del “homo sentimentalis”. Un tipo humano centrado alrededor del su propio “yo” e integrado a una cultura y a un modelo económico y político profundamente emocional.

Son muchos los aspectos que la autora aborda en sus conferencias pero me gustaría destacar algunos:

Hay un uso del lenguaje que denota una clara vocación por comunicar, por hacerse entender sin sacrificar profundidad. En un medio cultural -como el nuestro- saturado de jergas y lenguajes que expulsan al lector esto es un hecho infrecuente y muy valorado.

Conceptos como el de “cultura terapéutica” aportan herramientas para pensar lo que a diario nos sucede en nuestras vidas personales y en nuestros consultorios. Se trata de una narrativa que privilegia el sufrimiento y el trauma y hace que se entienda a la propia vida como una disfunción a superar.

Las “narrativas terapéuticas” crean nichos de mercado conformando grupos de “enfermos”. Son tautológicas, definen y crean las patologías que luego se ofrecen a resolver.

Generan hipótesis explicativas desplazando hacia la infancia o la familia los motivos aparentes del sufrimiento actual sin aportar pruebas consistentes o, lo que es peor aún, resistiendo con furia a que sus propuestas sean sometidas a cualquier tipo de prueba.

Las categorías creadas por esta cultura se han instalado de tal forma en la vida cotidiana que operan como verdaderas instituciones “depositadas” en marcos mentales.

Se construye una “narrativa de la enfermedad” ya que para vender sus productos –y estos incluyen a los industriales, pero también a la poderosa corporación psicoterapéutica- primero hay que estar “enfermo”.

Es una experiencia liberadora leer en este libro algunas de las cosas que siempre sospechamos. En medios donde la palabra referida a la subjetividad de las personas ha sido hegemonizada de un modo tan endogámico –cuando no salvaje- cualquier idea que, con honestidad intelectual y razonamiento científico, intente discutir la vulgata imperante será objeto de ataques furibundos. Alguien tenía que decirlo, algo que ya no es posible sostener comienza a desmembrarse, incluso cuando en países como los nuestros sus nostálgicos custodios se resistan a aceptarlo.

¿Habremos creado -o aceptado- entre todos una cultura que promueve estándares de normalidad imposibles de alcanzar? ¿Estaremos sometidos a imperativos de autorrealización personal, de pareja y sociales ilusorios alimentando de este modo la perpetua insatisfacción? ¿Al aceptar la existencia de un supuesto "yo" opaco y oculto nos estaremos condenando a la búsqueda interminable de lo que se supone que somos?

La creación de una clase media "normalmente neurótica" promueve la reorientación de la "gente normal" hacia los consultorios psicológicos y configura la identidad social de los grupos que consumen sus servicios. Al admitir que la no realización, cierto grado de frustración o de sufrimiento personal constituyen anomalías a tratar, ¿no nos condenamos a una terapia infinita?

La obligación de decirlo todo, de conocer y de realizar nuestros deseos, de desplazar responsabilidades hacia un pasado remoto o hacia personas significativas en nuestras vidas, ¿no nos convierte en sujetos verborrágicos y autocentrados que circulan entre el diván y el espejo?

Puedo imaginar los comentarios que llegarán a estos sinceros interrogantes. Puedo anticiparme a la ira y a la intolerancia con que serán respondidos. Puedo también intuir que esa imposibilidad de admitir una pocas y honestas preguntas sobre ciertos saberes y ciertas prácticas, no hará más que confirmar mis peores sospechas.

¿Y usted qué opina?

Dr. Daniel Flichtentrei


Comentario 3

Débora Tajer- Psicoanalista y Especialista en Estudios de Género

Leí los comentarios de Carlos Tajer y Daniel Flichtentrei al libro de Eva Illouz y me parecen ambos muy buenos y promotores de un debate muy necesario en estos tiempos de "compartimientos estancos" entre los múltiples desarrollos culturales y científicos que existen acerca de esta temática y que lamentablemente no dialogan entre sí.

Solo algunos breves comentarios en resonancia con los de los colegas:

- Es muy necesario que avancemos en modelos de abordaje en el campo del trabajo terapéutico con sujetos (médico, psicológico, de cuidados en general, etc.) que tome seriamente como se ha desarrollado la emocionalidad en el capitalismo (o en la modernidad) y el impacto en tanto malestar (psíquico y físico) en los/as sujetos/as frente a las posibilidades o imposibilidades de concretar los ideales propuestos por este proyecto social (la modernidad) en las trayectorias de vida.

- He tratado de contribuir a este desafío que se nos presenta mediante mi trabajo en los últimos 10 años en esta articulación que he concentrado en mi Tesis de Doctorado en Psicología de la UBA “Género y subjetividad en la construcción del riesgo coronario en adultos jóvenes”. En la misma utilizo un modelo de diálogo entre la Sociología Cultural (desde los Estudios de Género que opera en gran parte como una de sus "ramas") y el psicoanálisis incluido en un diseño epidemiológico cualitativo. Articulando emocionalidad con construcción de los "modelos emocionales propuestos" propuesto en el capitalismo-modernidad de forma diferencial para mujeres y para varones para observar como los mismos han contribuido (o han “evitado”) a la construcción de vulnerabilidad coronaria. Y luego siguiendo los cambios en los ideales desde mediados de los años 1950-60 (para hacer un corte arbitrario), con los movimientos de roles que ha habido, que han creado nuevos modelos de subjetivación femenina y masculina que lejos homologarse entre si, han cambiado pero continúan siendo diferenciales, por lo tanto tienen su especificidad en la construcción de emocionalidad y por lo tanto, de vulnerabilidad.

- Me interesó mucho lo que destaca Daniel Flichtentrei acerca de la "cultura terapéutica", que entiendo lo extrae del libro de Illouz, y por lo tanto nos tienta nuevamente a su lectura. El señala que este modelo cultural en tanto modo de contar sufrimientos, que son en su mayoría desajustes al alcance de los ideales de la modernidad, cuyo dispositivo privilegiado de "ajuste" o de “gestión de los riesgos” ( en el mejor de los casos) es la terapia psi. Es esta propuesta de mecanismo de desajuste –ajuste que nos critican, muy justamente por cierto, la gente en general que descree por estas razones en nuestra práctica, pero cuyo descrédito en vez de interpelarnos para dar mejores respuestas termina canalizándose en un rebote fatal en la consulta a los dispositivos de "biologización de las emociones" de la Psiquiatría en boga actualmente.

- En mi trabajo, para el caso de los/as coronarios/as pero pudiera extenderse a otras problemáticas de malestar psíquico- físico ligado a los “ajustes- desajustes”, me planteo la pregunta de si pudiéramos hipotetizar que mas que un problema psicopatológico nos estaríamos encontrando con modos producción de subjetividad (y emocionalidad) histórica y familiarmente construida en muchos casos con altos réditos culturales, económicos y sociales por lo tanto altamente narcisisante ( cuando funciona) pero cuyo costo en el escenario del cuerpo es la vulnerabilidad coronaria.

Muy atentamente,
Débora Tajer


Eva Illouz, Marruecos, 1961

Estudió literatura y sociología en la Universidad de París X-Nanterre y realizó un master en comunicaciones en la Universidad Hebrea de Jerusalem. En 1991 se doctoró en comunicación en la Annenberg School of Communication de la Universidad de Pennsylvania. Es profesora en el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Jerusalem y ha sido profesora visitante de L´École des Hautes Études en Science Sociales (EHESS) y de la Universidad de Princeton. En 2004, dictó en Frankfurt las Conferencias Adorno que se reproducen en este volumen. Sus principales áreas de investigación comprenden la historia de la vida emocional, la teoría crítica aplicada al arte y a la cultura popular, el significado moral de la Modernidad y el impacto del capitalismo sobre la esfera cultural. Sus obras han sido traducidas a numerosas lenguas, y dos de ellas - Consuming the romantic utopia: Love and the cultural contradictions of capitalism y Oprah Winfrey and the glamour of misery: An essay on popular culture- fueron premiadas por la American Sociological Association.

Referencias:

Eva Illouz, Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo.
Katz editores
Serie discusiones. 244 páginas, 11 x 17 cm.
Cold intimacies. The making of emotional capitalism. Traducción de: Joaquín Ibarburu
ISBN 9789871283590, rústica - Argentina diciembre de 2007
Más información en Katz editores

viernes, 8 de febrero de 2008


Así habló José Saramago en Elogio de la Lectura junto a Laura Restrepo

En el marco de 'Bogotá Capital Mundial del Libro', el Nobel escritor portugués habló junto a Laura Restrepo de cómo el libro puede llegar a convertirse en un instrumento de paz.

El pasado 9 de julio, José Saramago confirmó porqué es un intelectual que sigue, como siempre, independiente de las líneas de cualquier poder. Es un hombre de letras que no reconoce los extremos: sabe que todo es relativo y que nada es imprescindible ni obligatorio. Las contundentes frases que dijo ese día, todas controvertidas y sabias, se enmarcaron entre risas y reflexiones. Hicieron pasar al auditorio de la meditación al asombro, y de la aprobación a los aplausos, que finalmente simbolizaron el gran respeto que se le tiene por cada una de las páginas que ha escrito.

Aquí, un resumen de sus ideas, según el tema tocado por Laura Restrepo, la magistral conductora del conversatorio.

Influencia autobiográfica en la literatura: "La vida de cualquier ser humano es digna de ser pasada a la escritura... Todo el mundo debería escribir su propia biografía, así tendríamos 7 mil millones de libros, y podríamos llevarlos a la Luna para convertirla en la Gran Biblioteca Humana".

Las palabras: "Son lo mejor y lo peor que tenemos... Por las maravillas que se pueden expresar con la palabra, si se usan con armonía y profundidad; pero pueden llegar a ser violentas si se utilizan mal, si se les cambia el sentido".

La vida y la muerte: "Mi abuela, una mujer fuerte y trabajadora, dijo a sus 85 años, mientras miraba las estrellas en el pórtico de su casa: 'El mundo es tan bonito, y yo tengo tanta pena de morir'... Nadie puede vencer a la muerte, ella no tiene piedad con los seres humanos, ¿por qué habría de tenerla? Lo que pasa es que cuando la gente piensa en la muerte, no está pensando en la propia sino en la muerte de los demás. Hay quienes para describir la muerte en sus obras recargan la narrativa de terror, de sustos, y no hay nada de eso en la muerte... Entonces es cuando el humor se convierte en una pastilla tranquilizante que uno le ofrece al lector ".

La felicidad: "La felicidad es como una caricia: llega de vez en cuando, se va y en algún momento regresa; pero si estuviera ahí, eterna, se volvería una molestia. Creo que la palabra que mejor la define es armonía".

La religión: "Soy ateo, no creo en la existencia de un dios... Me parece aberrante creer en un dios. La religión nunca ha servido para acercar a los seres humanos... Fue creada para juzgar, para utilizar la fe a conveniencia propia. Ahí tenemos a los judíos y los palestinos; o los suníes y los chiítas. Por eso creo que la religión es muy mala, sin ella tendríamos un mundo más pacífico".

La dignidad: "Hemos escuchado tantas veces que lo último que se debe perder es la esperanza. Pero no: lo último que se debe perder es la dignidad".

La política: "Decimos que vivimos en una democracia, pero muchas de las instancias que rigen nuestras vidas no las hemos elegido nosotros, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. En el mundo actual se está hablando de democracia, pero no se está se construyendo una democracia. Cuando entregas tu voto en las urnas, estas delegando tu autoridad política a alguien que luego no te va a responder por ninguno de sus actos; creo que hoy en día vivimos, más bien, en una plutocracia -gobierno de los ricos-. El futuro de la humanidad en unos años será peor que el de hoy, porque no conocemos la verdad de lo que pasa en el mundo, existen unos medios de comunicación que ponen la mentira en el lugar más conveniente. La mejor herramienta que tenemos para cambiar al mundo son las ideas, pero en este momento no hay, no las veo".

El amor: "En mis novelas, la descripción fisiológica del acto sexual no contribuye en nada al conocimiento del amor entre dos personajes. En El Evangelio según Jesucristo, el amor entre Jesús y María Magdala se resume en el diálogo en el que ella le dice, pidiéndole que la deje ir a su lado a un viaje que hacía junto a sus discípulos: 'Mirare tu sombra, si no quieres que te mire a tí'. Y Jesús contesta: 'Quiero estar donde mi sombra esté, si es que allí están tus ojos'.

La coyuntura nacional: "Me impresiona la cantidad de secuestrados que hay en Colombia. También me impresiona la cantidad de años que lleva el conflicto interno: 50 años, dos generaciones de colombianos, y todavía nada cambia. Hay que sacar adelante el Acuerdo Humanitario; está claro que esto no tiene solución por la vía militar".