sábado, 21 de septiembre de 2013

Orlando Naún Rodríguez Reyes: ‘Nadie te va a querer como yo’ "Los derechos humanos tendrían que empezar por casa." Eduardo Galeano

'Nadie te va a querer como yo'

Orlando Naún Rodríguez Reyes

sábado, 21 de septiembre de 2013

La violencia familiar es un mal que signa a muchos jóvenes que la
padecieron de chicos y la reproducen o la reprimen, pero siempre con
múltiples trastornos para ellos y sus seres queridos. "Los derechos
humanos tendrían que empezar por casa." Así por lo menos lo definió
Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo, haciendo referencia
en las tradiciones familiares que contemplan agresiones como
bofetadas, palizas, insultos y amenazas, hasta imposiciones para
comer, pensar y sentir. Todos comportamientos que ayudan a perpetuar
una cultura del terror que se transmite de generación en generación.

Padres que golpean a sus hijos, hombres y mujeres maltratadas,
agresiones a la figura paterna, hijos que golpean a ambos padres. No
existen clases sociales ni edades que escapen a la hora de manifestar
la violencia. Según un informe del Banco Interamericano de Desarrollo,
una de cada cinco parejas en México convive en situaciones de abuso
doméstico.

Las agresiones familiares no son únicamente aquellas que dañan la
integridad corporal de una persona: la ley incluye como violencia
también a las acciones que perjudican —de manera intencional— el
aspecto psíquico, sexual y patrimonial. El maltrato emocional es el
tipo de abuso más naturalizado en la sociedad: se da con mayor
frecuencia, y en general no se toma en cuenta su gravedad porque no
deja secuelas visibles. Humillaciones, amenazas, intimidaciones son
actitudes que impiden el desarrollo y la autodeterminación de la
persona degradada.

Otro tipo de violencia es la sexual, que se ejerce a través del
contacto físico o verbal sin contar con el consentimiento de la
persona. Y por último, la patrimonial, es decir aquella que representa
un perjuicio a los recursos económicos.

Muchas veces, cuando la violencia se interpone en la vida de chicos y
adolescentes, aparecen problemas de aprendizaje, trastornos de
conducta, inestabilidad emocional e interpersonal. Los abusos no
terminan en quien ejerce o recibe golpes: es un comportamiento que
tiende a reproducirse en futuras relaciones y se recicla tantas veces
como le sea permitido.

Estadísticas demuestran que entre un 70 y un 80 por ciento de las
mujeres que sufren violencia familiar durante su matrimonio comenzaron
a ser maltratadas en el noviazgo, un dato a tener en cuenta por parte
de las jóvenes. Algunos de los signos más comunes de la persona
golpeadora se relacionan con los celos enfermizos, los insultos y la
necesidad frecuente de ejercer un control sobre la pareja: desde cómo
se va a vestir, hasta con quién y cuánto tiempo habla por teléfono.
Generalmente los varones que son violentos repiten la conducta del
hombre adulto golpeador e intercalan las agresiones con los pedidos de
perdón, las flores y un nadie te va a querer como yo.

Un dato para la no violencia. Entre las páginas de su libro El
malestar en la Cultura Sigmund Freud inquirió: "¿De qué serviría el
análisis más penetrante de la neurosis social si nadie posee la
autoridad necesaria para imponer a las masas la terapia
correspondiente? Podemos esperar que algún día alguien se atreva a
emprender semejante patología de las comunidades culturales".

A través de terapias breves se intenta que los niños reconstruyan su
yo, adquieran un desarrollo de su pensamiento y logren una
recuperación verbal. A partir de los primeros contactos con la
familia, los chicos van creando su identidad y aprenden los modelos
para construir sus vínculos sociales —junto con las expectativas sobre
lo que espera de sí mismo y de los demás. Sin embargo, en variadas
ocasiones niños y adolescentes se sienten marginados y sin autoestima
ante la imposibilidad de ocupar un lugar en sus hogares. Y si a esto
se le suma la pobreza de muchas familias se produce un combo realmente
explosivo.

Por eso es que frente a estos casos es importante trabajar con
tratamientos rápidos y efectivos, tanto individuales como colectivos.
Fundaciones, líneas telefónicas, programas terapéuticos. Son muchas
las herramientas que se pueden utilizar a la hora de terminar con la
violencia familiar: lo legal, lo cultural y lo educacional son algunas
formas para erradicarla de una vez del sistema social. De lo
contrario, los abusos van aumentando en el tiempo, transfiriéndose de
una generación a otra sin permiso de nadie.

Desde cualquier perspectiva, proponemos utilizar la palabra como
primera fuente para afrontar el problema, denunciarlo y decir basta.
Gracias a Opinión Joven Sur.

Orlando Naún Rodríguez Reyes

sábado, 21 de septiembre de 2013

La violencia familiar es un mal que signa a muchos jóvenes que la
padecieron de chicos y la reproducen o la reprimen, pero siempre con
múltiples trastornos para ellos y sus seres queridos. "Los derechos
humanos tendrían que empezar por casa." Así por lo menos lo definió
Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo, haciendo referencia
en las tradiciones familiares que contemplan agresiones como
bofetadas, palizas, insultos y amenazas, hasta imposiciones para
comer, pensar y sentir. Todos comportamientos que ayudan a perpetuar
una cultura del terror que se transmite de generación en generación.

Padres que golpean a sus hijos, hombres y mujeres maltratadas,
agresiones a la figura paterna, hijos que golpean a ambos padres. No
existen clases sociales ni edades que escapen a la hora de manifestar
la violencia. Según un informe del Banco Interamericano de Desarrollo,
una de cada cinco parejas en México convive en situaciones de abuso
doméstico.

Las agresiones familiares no son únicamente aquellas que dañan la
integridad corporal de una persona: la ley incluye como violencia
también a las acciones que perjudican —de manera intencional— el
aspecto psíquico, sexual y patrimonial. El maltrato emocional es el
tipo de abuso más naturalizado en la sociedad: se da con mayor
frecuencia, y en general no se toma en cuenta su gravedad porque no
deja secuelas visibles. Humillaciones, amenazas, intimidaciones son
actitudes que impiden el desarrollo y la autodeterminación de la
persona degradada.

Otro tipo de violencia es la sexual, que se ejerce a través del
contacto físico o verbal sin contar con el consentimiento de la
persona. Y por último, la patrimonial, es decir aquella que representa
un perjuicio a los recursos económicos.

Muchas veces, cuando la violencia se interpone en la vida de chicos y
adolescentes, aparecen problemas de aprendizaje, trastornos de
conducta, inestabilidad emocional e interpersonal. Los abusos no
terminan en quien ejerce o recibe golpes: es un comportamiento que
tiende a reproducirse en futuras relaciones y se recicla tantas veces
como le sea permitido.

Estadísticas demuestran que entre un 70 y un 80 por ciento de las
mujeres que sufren violencia familiar durante su matrimonio comenzaron
a ser maltratadas en el noviazgo, un dato a tener en cuenta por parte
de las jóvenes. Algunos de los signos más comunes de la persona
golpeadora se relacionan con los celos enfermizos, los insultos y la
necesidad frecuente de ejercer un control sobre la pareja: desde cómo
se va a vestir, hasta con quién y cuánto tiempo habla por teléfono.
Generalmente los varones que son violentos repiten la conducta del
hombre adulto golpeador e intercalan las agresiones con los pedidos de
perdón, las flores y un nadie te va a querer como yo.

Un dato para la no violencia. Entre las páginas de su libro El
malestar en la Cultura Sigmund Freud inquirió: "¿De qué serviría el
análisis más penetrante de la neurosis social si nadie posee la
autoridad necesaria para imponer a las masas la terapia
correspondiente? Podemos esperar que algún día alguien se atreva a
emprender semejante patología de las comunidades culturales".

A través de terapias breves se intenta que los niños reconstruyan su
yo, adquieran un desarrollo de su pensamiento y logren una
recuperación verbal. A partir de los primeros contactos con la
familia, los chicos van creando su identidad y aprenden los modelos
para construir sus vínculos sociales —junto con las expectativas sobre
lo que espera de sí mismo y de los demás. Sin embargo, en variadas
ocasiones niños y adolescentes se sienten marginados y sin autoestima
ante la imposibilidad de ocupar un lugar en sus hogares. Y si a esto
se le suma la pobreza de muchas familias se produce un combo realmente
explosivo.

Por eso es que frente a estos casos es importante trabajar con
tratamientos rápidos y efectivos, tanto individuales como colectivos.
Fundaciones, líneas telefónicas, programas terapéuticos. Son muchas
las herramientas que se pueden utilizar a la hora de terminar con la
violencia familiar: lo legal, lo cultural y lo educacional son algunas
formas para erradicarla de una vez del sistema social. De lo
contrario, los abusos van aumentando en el tiempo, transfiriéndose de
una generación a otra sin permiso de nadie.

Desde cualquier perspectiva, proponemos utilizar la palabra como
primera fuente para afrontar el problema, denunciarlo y decir basta.
Gracias a Opinión Joven Sur.

http://www.eldiariodecoahuila.com.mx/notas/2013/9/21/nadie-querer-como-387874.asp

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