miércoles, 13 de noviembre de 2013

La Sexta Declaración neozapatista. Una lectura en perspectiva global. Carlos Antonio Aguirre Rojas

La Sexta Declaración neozapatista. Una lectura en perspectiva global. Carlos Antonio Aguirre Rojas

Revista memoria nº 201

Demuestra que, frente a la vieja sociedad, con sus miserias económicas y su delirio político, está surgiendo una sociedad nueva… Karl Marx, Primer Manifiesto de la Internacional sobre la Guerra Franco-Prusiana, julio de 1870.

La Sexta Declaración: entre la apuesta y el riesgo

Es bien sabido que el hombre, para acercarse a lo desconocido y para tratar de entenderlo, recurre siempre a lo ya conocido y comprendido. Entonces, trata de interpretar eso que aún desconoce desde aquello que le es familiar y que ha aprendido anteriormente. Es esta lógica y explicable actitud la que la inmensa mayoría de los analistas y comentaristas diversos ha adoptado, para tratar de entender y luego hacernos entender el significado fundamental de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, hecha pública recientemente por el digno movimiento indígena neozapatista mexicano.

Sin embargo y según lo que esa misma Sexta Declaración afirma, ella es, al mismo tiempo y sin duda alguna, un balance general y un repaso panorámico del camino que ese movimiento neozapatista ha recorrido en los últimos once a os y medio, pero también, y sobre todo, una clara invitación para girar completamente la página y para asumir, desde ahora y hacia el futuro, un camino radicalmente nuevo y diferente que, si bien no reniega de los pasos anteriores ni renuncia a ese periplo recorrido en el último decenio, sí lo trasciende y supera en el más hegeliano sentido de la Aufhebung, reintegrándolo y recuperándolo de una manera cualitativamente nueva y distinta, en ese nuevo itinerario que ahora mismo emprenden y proponen esos indígenas neozapatistas mexicanos.

Por eso, si queremos captar realmente el mensaje contenido en esa Sexta Declaración, hace falta pensarlo desde un doble horizonte, o doble conjunto de elementos, que, si bien son claramente diferentes entre sí, se encuentran sin embargo como íntimamente interdependientes. Es un doble horizonte el que define ese mensaje, como una evidente clausura del ciclo de luchas inaugurado el primero de enero de 1994 y, a la vez, como la clara apertura de un segundo y nuevo ciclo de iniciativas y combates populares, ciclo que ha arrancado ya con la propia convocatoria contenida en la Sexta Declaración, pero cuya temporalidad y duración resultan ahora mismo difícilmente predecibles.

Es cierre de una importante y fructífera primera etapa pública e inauguración de una segunda fase ampliamente inédita y cargada de múltiples novedades y sorpresas que, para ser bien comprendida, requiere no solamente el ser analizada desde ese doble horizonte del pasado inmediato y del cercano futuro que queremos construir, sino también desde una perspectiva genuinamente global que, reinsertando esta iniciativa neozapatista en los múltiples registros de sus posibles significados local-estatales, nacionales, latinoamericanos y mundiales, se interrogue también sobre aquellos contenidos esenciales de lo que se pone en juego y de lo que se quiere ganar en esta valiente y una vez más admirable tentativa neozapatista de, como en el primero de enero de 1994, volver a tratar de tomar el cielo por asalto.

Lo que se pone en riesgo en la apuesta neozapatista

De las múltiples lecturas posibles de la Sexta Declaración y también del balance de lo que ha conquistado el movimiento neozapatista mexicano en sus once a os y medio de vida pública, queremos rescatar aquí sólo lo que corresponde a tres de los ejes que consideramos principales de dichas conquistas, tres ejes que en su conjunto permiten entender una buena parte de ese significado múltiple del neozapatismo en Chiapas, en México, en América Latina y en el mundo, pero también y sobre todo permiten descifrar parte de lo que, hacia el futuro, está jugándose en esta nueva propuesta promovida por el movimiento indígena originalmente chiapaneco.

El primero se refiere a la situación global y luego al papel social específico que tienen ahora los pueblos indígenas dentro de las distintas sociedades de todo el planeta. El segundo eje es el de la compleja relación, que ahora se encuentra en un profundo proceso de total reconfiguración en todo el planeta, entre los movimientos sociales, los distintos niveles del poder del Estado y el complejo universo de la llamada sociedad civil. Finalmente, el tercer eje es el de la verdadera conformación, desde abajo y desde la izquierda, de las distintas formas de gestación del contrapoder popular, es decir, de esos espacios sociales genuinamente autónomos y emancipados ya de la lógica social dominante, que desde ahora se encaminan hacia la subversión total del capitalismo y hacia la generación progresiva y activa del cambio social total y radical.

Ese triple eje, a su vez, debe ser observado y comparado en los espacios locales del estado de Chiapas, en México, en Latinoamérica y en el mundo, lo que al mismo tiempo que nos mostrará los inmensos logros del neozapatismo nos hará también evidentes los retos y los desafíos que este último se propone asumir en esta segunda etapa que ahora comienza. En esta etapa los neozapatistas nos invitan, una vez más, a todos los hombres y mujeres honestos y oprimidos, en cualquier parte del mundo, a sumarnos a dicha propuesta.

Así, por lo que corresponde a la situación general y al papel social de los indígenas, no hay duda de que éstos han cambiado radical y completamente en Chiapas durante el último decenio transcurrido, pues -dado que el movimiento neozapatista es un movimiento de base social indígena que incluye a decenas de miles y hasta quizá centenas de miles de indígenas chiapanecos- es claro que para los pueblos indios de Chiapas la situación actual es muy distinta hoy a como era antes del primero de enero de 1994, ya que su condición como indígenas, y además como indígenas rebeldes, no sólo se ha reconocido socialmente, sino que ellos se han constituido en un claro poder local y regional indudable, que no sólo puede tomar, por ejemplo, la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, primero con las armas y nueve a os después de manera pacífica, sino que se hace presente en todo el estado de Chiapas, también pacíficamente, cada vez que esto se hace necesario (por ejemplo, frente a la ridícula tesis zedillista, respaldada en su momento por supuestos historiadores, de que el zapatismo era un fenómeno limitado a solamente cuatro municipios de Chiapas).

Redignificando entonces en Chiapas ese rol social del indígena y constituyendo el movimiento indígena neozapatista chiapaneco en un poder local-estatal incontestable, los neozapatistas han dado también un enorme impulso al movimiento indígena nacional, generando por ejemplo la formación del Congreso Nacional Indígena y abriendo el debate, en escala nacional, acerca de la situación de los indígenas en México hoy. Así, convirtiéndose -más allá de sus intenciones- en la verdadera vanguardia de ese movimiento indígena mexicano, los neozapatistas han logrado ya el tibio reconocimiento oficial de que México es un país pluriétnico y multicultural, pero sobre todo la creación de una instancia nacional que coordina el intercambio de experiencias y los esfuerzos de convergencia de todos esos movimientos indígenas, que representan a ese entre diez y quince por ciento de la población total mexicana que durante siglos fue negada e invisibilizada, lo mismo en México que en toda América Latina.

También es claro que el neozapatismo ha funcionado como un verdadero detonador de la nueva visibilidad, pero sobre todo del nuevo protagonismo social activo de todos los movimientos indígenas de América Latina, movimientos que, si bien existían antes de 1994, no poseían hasta entonces la beligerancia ni la radicalidad que han desarrollado en los últimos dos lustros transcurridos, pues no hay duda de que ha sido en parte gracias a la irrupción neozapatista de enero de 1994 -y, naturalmente, en otra parte, gracias al nuevo contexto creado en este último decenio-, como esos movimientos indígenas de Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia o Chile han pasado, de una actitud predominantemente defensiva y de un papel mucho más marginal, a una nueva actitud mucho más ofensiva y protagónica, lo cual hace que hoy los indígenas ecuatorianos o bolivianos vivan en una verdadera situación de dualidad de poderes frente a sus respectivas clases dominantes, situación de doble poder que les permite vetar y detener las medidas más antipopulares de sus gobiernos capitalistas y hasta derrocar presidentes igualmente impopulares, pero que no los lleva todavía a plantearse la conquista, destrucción y recreación total del poder a nivel de sus respectivos países.

Siendo, entonces, una parte fundamental de esta familia de nuevos movimientos indígenas de toda América Latina y habiendo sido quizá su precursor y detonador principal, el neozapatismo representa también uno de los destacamentos de vanguardia del actual conjunto de movimientos anticapitalistas a nivel mundial. Al reivindicar con fuerza su matriz indígena y su lucha por el reconocimiento de los derechos de los pueblos indios en México y en toda América Latina, el neozapatismo ha coadyuvado a conformar dicho movimiento anticapitalista y antisistémico global, como un movimiento plural, diverso y realmente múltiple, es decir, como un movimiento que, a diferencia de los a os anteriores a 1968, no se reconoce sólo como un movimiento de un solo actor social (la clase obrera) y de sus eventuales aliados subordinados ni tampoco como un movimiento que se despliega solamente en uno o dos frentes de lucha (la lucha económica y la lucha política), sino más bien como un movimiento de múltiples actores sociales (mujeres, estudiantes, pobladores urbanos, indígenas, toda clase de minorías, desocupados, ecologistas, pacifistas, campesinos sin tierra y un largo etcétera) y también de muchos frentes de lucha simultáneos (la equidad de género, la educación, el territorio y los servicios urbanos, la cuestión Étnica y el racismo, la diversidad sexual, la situación de los jubilados, el derecho al trabajo y a los servicios del Estado, el medio ambiente, la lucha contra la guerra, el derecho a la tierra y otro largo etcétera).

Se conforma un verdadero movimiento de movimientos antisistémicos que también, en parte gracias al neozapatismo, ubica a los nuevos movimientos indígenas latinoamericanos como actores de primer orden dentro de sus propias filas.

De otra parte y por lo que corresponde al segundo y al tercer eje referidos, es claro que no puede existir política alguna en Chiapas que no tome en cuenta a los neozapatistas, pues ellos, en tanto que poder local indudable, son un interlocutor real, permanente e imprescindible de toda posible política chiapaneca, pero además, y siempre en ese Ámbito chiapaneco, ellos han creado ya esas formas del contrapoder popular que son los Caracoles o Juntas de Buen Gobierno Zapatistas, junto también con los Municipios Autónomos Revolucionarios Zapatistas. Los caracoles zapatistas, además de ser verdaderos territorios liberados de la lógica capitalista dominante, son verdaderas escuelas y embriones de la nueva sociedad, en donde desde ahora prosperan relaciones sociales de tipo fraternal y comunitario, pero también nuevas formas de educación, una nueva medicina, una forma distinta de asimilar y de recuperar los desarrollos tecnológicos más avanzados, nuevos modos de entender y de ejercer la política, un nuevo uso de los recursos naturales y también nuevas maneras de la convivencia social en general.

Esos verdaderos islotes de la autonomía, el autogobierno y la emancipación neozapatista no sólo hacen de los Caracoles los espacios en donde hoy se vive mejor que en cualquier otra parte de Chiapas y hasta de México, sino que nos ilustran también respecto de la estrategia global neozapatista. Tal estrategia no repite el viejo esquema ya superado de la toma del poder bajo el modelo de la toma del Palacio de Invierno, sino que se concibe más bien como la gestación y afirmación progresiva de estos espacios liberados, construidos desde abajo hacia arriba y que van ganando terreno social y político y fortaleciendo el propio poder popular, para ir creando un nuevo bloque histórico hegemónico en el sentido de Gramsci, hasta que sean capaces de destruir el viejo poder capitalista y sustituirlo por el nuevo poder popular, es decir, una toma del poder político, resultante y derivada de la construcción y el fortalecimiento del poder social del propio movimiento y de las clases populares en Él involucradas como, por ejemplo, sucede ya en esos municipios autónomos zapatistas y, sobre todo, en dichas Juntas de Buen Gobierno.
De otra parte y a nivel nacional, es claro que el movimiento zapatista ha funcionado como una fuerza social fundamental dentro del escenario político de México, impactando de manera cíclica y recurrente a la política nacional, y es un factor de primer orden que mantuvo en jaque, todo el tiempo, al gobierno de Ernesto Zedillo, provocando después, mucho más de lo que se reconoce y se asume generalmente, la derrota histórica del PRI en 2000 y es la verdadera piedra en el zapato tanto del fallido Plan Puebla Panamá, como de las veleidosas y torpes políticas neoliberales del gobierno de Vicente Fox.

Constituyéndose entonces en un actor social fundamental, pero de presencia intermitente en escala nacional, los neozapatistas han reactivado sin duda alguna el protagonismo general de toda la sociedad civil mexicana, protagonismo igualmente irregular y espasmódico, a la vez que reanima a la izquierda mexicana, luego de la caída del Muro de Berlín y de la desilusión provocada por el inmenso fraude electoral de 1988. Igualmente, los zapatistas se han constituido en el faro simbólico y en la brújula esencial de esa vasta izquierda social no afiliada a ningún partido y que, a diferencia de la decadente izquierda política, no cree ya en elecciones ni en partidos, pero tampoco en votaciones o falsas transiciones a la democracia, apostando más bien su labor al fortalecimiento de los múltiples movimientos de la protesta social, de los electricistas, los petroleros y los telefonistas, lo mismo que de los campesinos, los deudores, los movimientos urbanos, los estudiantes, los indígenas o los grupos subalternos de todo tipo.

También para América Latina y para todo el mundo, el neozapatismo se ha convertido en un claro referente simbólico fundamental, lo que hace que sus iniciativas y su evolución sean seguidas siempre con atención por parte de la izquierda, tanto latinoamericana como mundial, lo mismo que por los movimientos antisistémicos latinoamericanos como el MST, los piqueteros argentinos o los movimientos indígenas de toda la zona andina sudamericana o por los movimientos de lo que hoy se llama la protesta altermundista global.

Funcionando entonces como una suerte de ejemplo importante para esos nuevos movimientos sociales antisistémicos y anticapitalistas, el neozapatismo representa una rica experiencia y una excepcional cantera de lecciones que aprender y de logros que comparar, para los otros movimientos sociales latinoamericanos, los que también han creado esos espacios del contrapoder popular en proceso de afirmación, en los Asentamientos de los Sin Tierra brasile os, en los suburbios bonaerenses dominados por los piqueteros argentinos o en las reconstruidas comunidades indígenas bolivianas o ecuatorianas. Si también para la izquierda mundial y para todos los movimientos antisistÉmicos planetarios el neozapatismo ha sido una fuente de inspiración, que los reanimó y relanzó fuertemente después del profundo impacto regresivo provocado por la caída del Muro de Berlín (1) , sus conquistas alcanzadas dentro de esta vía de la creación de un verdadero contrapoder popular siguen siendo un fundamental ejemplo a imitar y a seguir por parte de todos los países del mundo que se ubican más allá de nuestra América Latina. Esto, por lo demás, sólo confirma el hecho de que hoy, en 2005, América Latina se encuentra, y no casualmente, en la clara posición de ser el frente de vanguardia mundial de todos esos movimientos antisistÉmicos del mundo, frente de vanguardia que por ello ha creado ya todas esas experiencias prácticas de los Asentamientos, las Juntas de Buen Gobierno, los Barrios Piqueteros Autogestionados o las Nuevas Comunidades Indígenas Autónomas antes referidos.

El sentido de la apuesta de la Sexta y los riesgos que enfrenta

Desde este brevísimo balance de lo que ha representado múltiplemente el neozapatismo en su decenio de vida pública, resulta mucho más claro el sentido y la intencionalidad de su iniciativa y de su convocatoria, contenidas en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona.

Así, en primer lugar, se trata en lo fundamental de extender a nivel de todo México las principales conquistas ya alcanzadas a nivel del estado de Chiapas, es decir, de convertir el movimiento indígena mexicano en un verdadero actor social reconocido, potente, permanente y capaz de transformar la situación de los indígenas, hasta cumplir la consigna de que no exista nunca más, un México sin sus pueblos indios. Si los indígenas son ya en Chiapas un poder incontestable, el primer objetivo de la Sexta, que nos reitera que no dejarán de luchar por los indígenas mexicanos, es el de hacer de estos últimos también un poder social en escala nacional.

En segundo lugar, se trata de dar organicidad y permanencia, una vez más a nivel nacional, al vasto descontento popular que prolifera en todos los rincones de México y que hasta hoy sólo se ha manifestado de manera cíclica, esporádica e irregular. Pues si la hasta hoy inconstante, y a veces hasta un poco veleidosa sociedad civil, ha apoyado siempre en los momentos críticos a los zapatistas, pero que refluye una vez que dichos momentos álgidos se apagan, de lo que se trata ahora es de vincular en un solo frente unificado a todos esos movimientos de resistencia popular y a todas las clases subalternas descontentas, para crear una fuerza social nacional que obligue al gobierno en turno (sea de derecha, de ultraderecha, de centro o de centro moderado) a tomar en cuenta a esas clases populares y a esos movimientos de protesta social, Así como a sus demandas fundamentales.

Se trata de que esa fuerza social nacional se convierta en un actor e interlocutor permanente y poderoso dentro del espectro político nacional y se encamine a crear en el futuro cercano esa situación de dualidad de poderes que hoy se vive ya en Ecuador o en Bolivia y hacia la que avanzan también Argentina o Brasil, entre otras naciones latinoamericanas, una fuerza social de dimensión nacional que deberá construirse a partir de la Otra Campa a a la que convoca el movimiento indígena neozapatista, Campa a paralela y trascendente de la Campa a electoral mexicana de 2006, que deberá retomar la urgente agenda de los problemas nacionales que hoy no es atendida por ninguno de los partidos políticos existentes y que debe abarcar, entre otros puntos, desde la recuperación integral de los Acuerdos de San Andrés (aún inconclusos, pues sólo se discutieron y acordaron los temas de una mesa, de las cuatro originalmente previstas), hasta la grave migración a Estados Unidos de medio millón de mexicanos por a o y pasando por el rechazo a la privatización de Pemex o de la energía eléctrica, la urgente renacionalización de los teléfonos y de los bancos, el problema de la baja galopante del salario real y el empobrecimiento general de la población mexicana, la inminente crisis y colapso del campo mexicano, el colapso del Estado y de sus instituciones de salud, de educación y de seguridad, la crisis de la clase política en su conjunto y de todos los partidos políticos en México o la crisis cultural global de todos los valores y la destrucción del tejido social a nivel familiar, barrial, local y en general.

La agenda nacional de urgente resolución permitirá construir el Programa Nacional de Lucha que debe enarbolar la nueva fuerza social nacional a partir del ejercicio de Otra Política, tan radicalmente distinta a la actual que no debería ya nombrarse con este mismo término de política. La Otra Política se construye desde el principio del mandar obedeciendo y desde la lógica de la construcción del contrapoder popular, que en un primer momento podría culminar en un nuevo Constituyente y en una nueva Constitución, pero que sin duda no se agota ni se detiene para nada en aquél y en Ésta.

En tercer lugar, la reciente iniciativa contenida en la Sexta Declaración propone explorar los caminos para ampliar y generalizar, a nivel de todo México, la experiencia de las juntas de buen gobierno y de los municipios autónomos zapatistas, pues, si bien es lógico que cada grupo o clase o estrato o sector social posee sus propias peculiaridades, eso no impide que podamos intentar también, de un modo más generalizado y en todo el país, la creación de esos islotes de autogobierno y de autonomía popular que, funcionando como los embriones de una nueva sociedad y como los espacios ya liberados de las lógicas capitalistas y mercantiles hoy todavía dominantes, serán, a la vez, los puntos de apoyo principales de ese contrapoder popular y de ese nuevo bloque histórico hegemónico en vías de gestación y afirmación.

Finalmente y en cuarto lugar, el neozapatismo vuelve a recordarnos que el destino profundo de los movimientos anticapitalistas y de las distintas iniciativas de rebelión de las clases subalternas no se juega ya exclusivamente a nivel local y ni siquiera en escala nacional, porque -si el objetivo final de todos estos movimientos e iniciativas es el de cambiar el mundo- toda iniciativa y propuesta tiene que ser pensada también a nivel local, regional y nacional, pero igualmente en su dimensión planetaria global, ya que no habrá ese otro mundo todavía posible, si no pensamos nuestras protestas, nuestras acciones y nuestras iniciativas también en esa escala global.

Por eso, los neozapatistas van a realizar un nuevo encuentro intergaláctico a finales de 2005, en donde sin duda tejerán los vínculos para un diálogo más orgánico, permanente, fluido y diverso tanto con los otros movimientos indígenas de toda América Latina, como también con todos los otros movimientos sociales de la actual rebeldía latinoamericana e igualmente, con todos los otros movimientos altermundistas del orbe, agrupados por ejemplo en el Foro Social Mundial, el que de un modo inexplicable y hasta cierto punto absurdo no ha incluido aún al propio movimiento neozapatista, por el simple prurito de que se trata de un supuesto movimiento armado. Esto contrasta de una enorme manera con el hecho de que, como lo han declarado ellos mismos, los zapatistas son en realidad la guerrilla más pacífica de todo el planeta.

El diálogo latinoamericano y mundial es vital para el neozapatismo mexicano(2) porque, mediante él, el zapatismo puede aprender y enriquecerse con las experiencias venidas de todo el mundo y, a la vez, podrá igualmente revivificar y potenciar en una medida importante al actual debate mundial en torno a las vías, los métodos y los mejores caminos para acceder a ese otro mundo todavía posible, es decir, a ese otro mundo, en el que quepan todos los mundos.

Como sucede siempre, la medida de la apuesta es también la medida de los riesgos que ella implica. De manera valiente y admirable, los zapatistas están dispuestos a arriesgarse a perder los enormes logros que hasta hoy han conquistado, pues corren sin duda el riesgo, con esta nueva iniciativa contenida en la Sexta Declaración, de dejar de ser un poder local-estatal incontestable y de ver desaparecer esos excepcionales embriones de la nueva sociedad que son las juntas de buen gobierno; también pueden perder su condición de fuerza social y política nacional, lo mismo que su estatuto como ejemplo práctico importante y como referente simbólico de todos los movimientos antisistémicos en América Latina y en todo el mundo, pero, como un jugador inteligente, que sabe que se acerca el desenlace final de toda la partida, apuestan todo esto y más al mejor número posible, al número trece, pues el número trece era un número especial de las civilizaciones indígenas prehispánicas y el mes trece de cada a o es, lógicamente, el nuevo amanecer de un a o que es ya diferente y por tanto siempre nuevo. Siguiendo entonces esta profunda e inteligente lógica del oxímoron y de las paradojas, apostemos entonces con ellos todo nuestro esfuerzo, toda nuestra inteligencia y toda nuestra solidaridad, confiados de manera optimista en esa antigua y profunda sabiduría del México indio de ayer, de hoy y de mañana.

Notas:
1 Sobre este punto, cfr. el ensayo de Immanuel Wallerstein, Los zapatistas: la segunda etapa, en el diario La Jornada del 19 de julio de 2005 y también la entrevista Chiapas y las nuevas resistencias de América Latina, en Contrahistorias, No. 5, México, 2005.
2 Habíamos ya insistido, en ocasión de los diez a os de vida pública del neozapatismo, en estas encrucijadas que Él enfrentaba y que ahora asume centralmente con la Sexta Declaración. Al respecto, cfr. nuestro ensayo: Encrucijadas del neozapatismo. A diez a os del 1 de enero de 1994 en la revista Contrahistorias, No. 2, México, marzo de 2004.


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