martes, 11 de agosto de 2015

México. Ayotzinapa, a un año de la desaparición de los 43 estudiantes. ¡Vivos de los llevaron.Vivos los queremos!

México. Ayotzinapa, a un año de la desaparición de los 43 estudiantes.
¡Vivos de los llevaron.Vivos los queremos!
B25y Resumen Latinoamericano on agosto 10, 2015

Por Miguel Mazzeo/ Resumen Latinoamericano/ 10 de Agosto 2015.- Hace
ya mucho tiempo que el capitalismo y el neocolonialismo han desatado
una guerra contra los pueblos del mundo, en particular contra los
pobres, los trabajadores, los indígenas y las mujeres de la periferia.
Se trata de una ofensiva que pretende arrasar con todos los espacios
de cohesión comunitaria, con todos los espacios de cooperación y de
solidaridad vinculados a los territorios y las subjetividades
heterogéneas de los y las de abajo. Una ofensiva que quiere barrer de
un plumazo las conquistas obtenidas por más de dos siglos de luchas
populares. Estamos frente a una especie de moderna "Santa Alianza" del
capital contra el trabajo, de las grandes corporaciones
multinacionales contra la humanidad y la naturaleza, del Estado
burgués contra las praxis organizativas de los pueblos basadas en la
independencia y la autonomía.Hace mucho tiempo también que esa guerra
tiene uno de sus frentes principales y más intensos –desprovisto de
todo filtro– en México. (Fuente: La Haine)
Podríamos recurrir a un arsenal de argumentos para demostrar que esto
que decimos dista de ser una exageración que, en México, la hostilidad
del sistema viene siendo impecable e implacable. Nos basta con tener
presente algunas pocas cifras descarnadas. Las 22.610 personas
desaparecidas en los últimos nueve años, las 150.000 personas muertas,
el millón de desplazados y desplazadas, los más de mil cuerpos
hallados en fosas comunes clandestinas en los últimos 3 años. (Las
cifras son oficiales). Nos basta con recordar que, en México, el
Estado desconoce a los sindicatos sólo por saber conservar condiciones
dignas para los trabajadores y las trabajadoras, o que criminaliza a
las mujeres que luchan por su derecho a decidir sobre sus propios
cuerpos (mientras tanto, en sintonía, la violencia patriarcal asesina
a seis mujeres por día), o que tiene permanentemente en su mira a
jóvenes, pobres, indígenas, militantes populares y diferentes.
Ante nosotros y nosotras la indecente exhibición de las secuelas de la
etapa superior del neoliberalismo, el rostro más auténtico del
capitalismo periférico: un rostro salvaje y depredador. Por cierto, el
capitalismo no tiene otros rostros, aunque sabe ocultar su genotipo y
desconcertar con máscaras "humanas" y fenotipos "piadosos". Pero los
pueblos saben, o por lo menos intuyen, que es absolutamente falsa la
escisión entre neoliberalismo y capitalismo.
Ante nosotros y nosotras el expansionismo sin fronteras que busca
optimizar el territorio mundial y renueva las viejas cadenas de
dependencia al tiempo que crea otras nuevas. Ante nosotros y nosotras
algunos de los "efectos" del "equilibrio continental" perseguido por
los Estados Unidos. Antes nosotros y nosotras el insoportable grado de
degradación económica, social, política y ecológica alcanzado por la
"Civilización Occidental".
Los sucesos de Ayotzinapa (ciudad de Iguala, Estado de Guerrero) del
26 y el 27 de septiembre de 2014 constituyen un episodio de una
invariante en la historia mexicana. El ajuste estructural de la década
del 80, el Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado en 1994 con sus
correspondientes abusos del poder monopólico por parte de las empresas
multinacionales y con una inserción cada vez más dependiente del
capitalismo mundial, pueden considerarse como los hitos más cercanos
de esa invariante. La extensa serie de violaciones a los derechos
humanos y a los derechos de los pueblos perpetrada por la clase
dominante mexicana, por el colonialismo y el neo-colonialismo desde
hace 500 años, constituyen sus hitos de larga data y de persistente
reiteración. Pero los sucesos de Ayotzinapa no son una vicisitud más,
poseen un carácter sustantivo porque representan a cabalidad todauna
época.Ayotzinapa puso en evidencia esta guerra desatada por el
capitalismo y el neocolonialismo contra los pueblos del mundo. Una
guerra cuyo objetivo principal consiste en instituir una macabra
uniformidad, una monstruosa totalidad, erradicando todo elemento que
unifique y organice a los y a las de abajo, toda potencialidad
autogestionaria, todo sustrato identitario y cultural que se
contraponga a las coordenadas esclavizantes y alienantes y que pueda
servir como basamento de un proyecto emancipador de los pueblos. Esta
guerra viene incrementando su vehemencia en los últimos años y, aunque
la constatación resulte dolorosa, también hay que decir que, en
ciertos aspectos, ha trepado al auge de su eficacia. Con nuevos
artefactos ideológicos de dominación, el capitalismo y el
neocolonialismo han generando un "colchón social" compuesto por
actores fragmentados, irresponsables, a-críticos, individualistas,
pesimistas, frustrados, consumistas, impiadosos, agresivos,
colonizados; en fin, actores que son lisa y llanamente antisociales,
monadas aisladas que pueden jugar tanto el rol de víctimas como de
victimarios.
Los medios y métodos de esta guerra no constituyen anomalías. Las
políticas de "seguridad" sólo pueden exhibir sus efectos destructivos
sobre la vida de los pueblos. Militarización, para-militarización y
narcotráfico son plenamente funcionales a los objetivos del
capitalismo y el neocolonialismo (con sus componentes racistas y
patriarcales). Igual de funcional es la gestión del terror. No hay
fallas de continuidad. No hay efectos colaterales. México muestra una
estrategia de saqueo de las riquezas y de control social basada en una
violencia cada vez más sistémica, casi mecánica. Una violencia que se
retroalimenta con la soledad y la indiferencia, haciéndose cada vez
más cruel y feroz y generando un medio saturado de impotencia y de
tristeza. México muestra como los sistemas y los subsistemas de
opresión y dominación de los seres humanos se interrelacionan y se
potencian creando una maraña opresora que parece inexpugnable.
Pero de ningún modo existe en México un escenario hobbesiano. Sostener
esto constituye una salida fácil, superficial o cómplice. O las tres
cosas al mismo tiempo. No se trata de una guerra de todos y todas
contra todos y todas. Además, los medios utilizados, la
direccionalidad, el sentido y la "intencionalidad pedagógica" de la
violencia son demasiado evidentes. No los pueden ocultar las artimañas
de los medios de comunicación monopólicos con sus verbos
impersonalizados, con sus afinadas estrategias de ocultamiento, con su
inveterada costumbre de estigmatizar a las víctimas y de crear
estereotipos que invariablemente "dan de comer" a la violencia estatal
y para-estatal, con su deseo de "cerrar el caso" cuanto antes y con su
sorprendente capacidad para re-actualizar el macartismo.Tampoco pueden
ocultarlos las meras prácticas de consolación. Mucho menos pueden ser
eficaces estos encubrimientos y astucias cuando buena parte de las
víctimas posee la estirpe de los luchadores sociales, de los que
enseñan el maravilloso oficio de la libertad, de los constructores de
convivencia igualitaria, de "comunalidad" y futuro. Directa o
indirectamente las biografías de los muertos, heridos, desaparecidos
de Ayotzinapa se pueden encastrar en una sola historia, en un mismo un
drama colectivo.

¿Acaso no luchaban contra la privatización de la educación pública y,
en general, contra el imparable proceso de
mercantilización-colonización de todos los bienes públicos? ¿Acaso no
estaban defendiendo la tradición de las escuelas normales, en especial
la formidable tradición de Escuela Normal Rural Isidro Burgos de
Ayotzinapa que parió a un Lucio Cabañas o un Genaro Vázquez Rojas?
¿Acaso no estaban vinculados a la Federación de Estudiantes Campesinos
Socialistas de México (FECSM)? ¿Acaso no se dirigían a un acto en
conmemoración por la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968?
No hay resquicios para las casualidades. El poder opresor –bajo
cualquiera de sus formas: Estado o para-Estado, capitalistas formales
o informales, legales o ilegales– hace desaparecer a los cuerpos
tenaces que no logra degradar o descomponer, a los cuerpos orgullosos
que no se dejan comprar, que no se quieren vender, que se niegan a ser
mercancía, objeto o espectáculo; a los cuerpos arraigados en un
territorio, situados en las trincheras más aptas para frenar la
normalización disciplinaria y los procesos de subjetivación que
impulsa el capital. El poder opresor no tolera a los cuerpos
obstinados que quieren ser autónomos y felices, que resisten, sueñan y
crean.
Supo dar en la tecla esa pintada en la calle de la Reforma que decía
pienso, luego me desaparecen.
Los y las que insisten en un escenario hobbesiano se olvidan del otro
México, el que viene amasándose desde abajo. El México que, con sus
espacios de socialización militante, con sus espacios públicos
alternativos, con sus organizaciones de base, con sus luchas y sus
sueños, con sus experiencias de autogobierno y de producción
democrática, con sus Caracoles y sus Comités Municipales Populares,
confronta al ritmo de sus intereses y despliega las contradicciones
inherentes del sistema. El México que sabe que la ocasión de la
libertad y la estación del advenimiento de la esperanza sólo se
encuentran en lo colectivo y por eso teje y teje con los hilos del
arco iris y del poder popular. El México que está en exceso respecto
la protesta y el deseo (indispensables pero insuficientes) y trabaja
para construir un proyecto
emancipador. El México de la "tradición larga, perdurable y nunca
rota" de la que hablaba Pedro Henríquez Ureña. El México de la
autoconciencia popular. Vemos que carece de asidero la definición de
México como "aquello que está alrededor de las fosas comunes".

Entonces, más que de un escenario "hobbesiano" cabe hablar de un
"Armagedón". No sabemos si cercano o lejano, pero sí sabemos que será
inevitable. El abismo tiene fondo.
La "Guerra al Narcotráfico" lanzada hace una década, se muestra como
la estrategia para silenciar, perseguir y asesinar militantes
populares y para desatar la violencia clasista, racista y sexista. La
"Guerra al Narcotráfico" es una forma de guerra contrainsurgente en el
mundo de la posguerra fría. No por casualidad deviene (en México o en
Colombia, en Brasil o en Argentina, o dónde sea) en interpenetración
del narcotráfico, el tráfico de personas, y otros "tráficos", con el
Estado, las clases dominantes y el imperialismo. La lógica de estos
actores, en el fondo, es exactamente la misma, porque es la lógica del
capital: vale lo mismo para el gas, el petróleo, el oro, el agua, las
drogas, los seres humanos o algunas de sus partes. De este modo, la
"Guerra al Narcotráfico" ha servido para consolidar monstruosos
bloques de poder y para profundizar el proceso de enajenación de
soberanía.
Por factores económicos, políticos, sociales y culturales
(geopolíticos), México es demasiado importante para la preservación
del orden dominante a escala mundial. Al mismo tiempo, en la sociedad
civil popular mexicana anidan enormes potencialidades; la misma
presenta "momentos de verdad" con posibilidades de devenir
alternativas concretas al sistema de capital y a las formas de la
democracia liberal (delegativa, representativa, procedimental). Los
sistemas comunitarios de los pueblos campesinos-indígenas, por
ejemplo, no son sólo una alternativa retórica y romántica. Son una
alternativa concreta y buena. El futuro tiene reservas en México. De
ahí que el capitalismo y el neocolonialismo no escatimen esfuerzos y
crueldades a la hora de desestructurar todo tipo de resistencia de los
y las de abajo, todas las experiencias que expresan algo radicalmente
nuevo.
Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa pusieron en
evidencia la incompatibilidad de fondo entre el mercado y la Política
(así, con mayúsculas).
Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa pusieron en
evidencia los efectos inevitables de la mundialización neoliberal, lo
que ocurre (y ocurrirá) si la regulación mercantil sigue imponiéndose
a la regulación política popular, si los intereses de las
corporaciones predominan sobre los intereses de los pueblos.
Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa hicieron un poco
más visibles los engranajes mortíferos de un sistema en guerra (la
expresión es literal) contra toda estructura social contendora, contra
toda forma de sociedad orgánica. Un sistema que pretende desarraigar a
todos los hombres y a todas las mujeres, para luego fagocitarlos.
Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa sirvieron para que
muchos y muchas dentro y fuera de México tomaran conciencia del grado
de descomposición de las clases dominantes y el Estado mexicanos, del
abismo inexorable al que conduce la mundialización neoliberal, del
altísimo grado de complicidad con la muerte que tienen aquellos y
aquellas que siguen reivindicando su derecho a la indiferencia.
Al mismo tiempo, nos recordaron que sólo con el desarrollo de la
conciencia popular – una conciencia que no sea desdichada– será
posible superar esta crisis civilizatoria y generar una alternativa
sistémica.
Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa tienen la dignidad
de un árbol grande.
Cumpliendo con sus deberes inmediatos, se han convertido en
universales. Son bandera de lucha para el campesinado y para las
comunidades indígenas que, cercados por las empresas multinacionales,
no se rinden y defienden sus territorios; para los y las que se
resisten a gastar su sangre en las plantaciones agro-industriales o en
las maquilas y se organizan y luchan, para los y las que quieren
escapar de la miseria, la precariedad, la prostitución, el
narcotráfico y el para-militarismo, sin asumir la amarga alternativa
de cruzar la frontera.
Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa son nuestros héroes
irreprochables. Pero son Héroes de sacrificio. De nosotros y nosotras
depende que algún día México y Nuestra América toda vuelvan a parir
héroes de triunfo.
¡Vivos se los llevaron. Vivos los queremos!
fuente: APL
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