martes, 18 de marzo de 2008

un acercamiento al maravilloso mundo de “los osbournes”
El valor de la familia
Por tratarse de la vida interior de una familia tipo (padre, madre, dos
hijos), no le va nada mal: claro, papá Ozzy es una leyenda rocker, mamá
Sharon es su manager y productora del festival metálico más importante
del momento, y los hijos... Jack y Kelly hacen lo que pueden y quieren.
Todos ellos, con sus locuras y ternuras, son las nuevas estrellas del
canal de música más famoso del mundo, y recaudan en consecuencia.


Por Pablo Plotkin
Los Osbourne se aman, se toleran, se divierten y ganan millones de
dólares. Si ése es el modelo de familia yanqui “disfuncional”, ¿qué le
queda al resto? Rápidamente: papá Ozzy nació en Birmingham (1948), cantó
en una banda de rock muy importante (Black Sabbath), fumó pasta base
durante décadas y ahora evidencia algunas secuelas de esos años. Sharon,
de 50, es la mujer y manager de Ozzy. En 1989, Ozzy y todos sus demonios
(“decidimos que tenés que morir”) intentaron estrangularla, pero eso no
volvió a suceder. Ya habían nacido sus tres hijos: Aimee, hoy 18 años,
Kelly (17) y Jack (16). Sacando a la autoexcluida Aimee –el gran fuera
de campo de “The Osbournes”–, la familia se convirtió en la última
maravilla del entretenimiento televisivo, batiendo todos los records de
audiencia en la historia de MTV en Estados Unidos y constituyéndose en
el único imperio financiero coliderado por un ex masticador de cabezas
de murciélago.
En los Estados Unidos, los episodios más vistos de la primera temporada
de “The Osbournes” alcanzaron picos de 8 millones de espectadores. MTV y
la familia ya cerraron el acuerdo para una segunda (y muy probablemente
tercera) temporada. Si bien no están del todo claras las cifras del
contrato (los números van de 5 a 20 millones de dólares por otros 20
episodios, según se incluyan o no las regalías por venta de
merchandising), puede decirse que la fortuna de los Osbourne, valuada en
57 millones de dólares hasta el año pasado, crecerá de un modo
meteórico. La empresa Accesory Network ya se encargó de la fabricación y
comercialización de mochilas, portacedés, billeteras, diarios íntimos,
agendas, lápices y artículos varios. Las remeras se multiplican por
todos los Estados Unidos. El modelo más exitoso –aparentemente plagiado
por el matrimonio a la empresa T-Shirt Hell Inc., que les inició una
demanda– es el que lleva la siguiente frase estampada: “A la mierda mi
familia, me mudo con los Osbourne”. A esta altura, la osbournemanía es
un fenómeno que seduce tanto a las páginas de espectáculos de los
diarios como a sus secciones económicas.
¿En qué reside el magnetismo del programa, en qué se diferencia de otros
reality shows? “The Osbournes”, desprendimiento escatológico de “Cribs”
(una serie de especiales de MTV que mostraban “la intimidad” de las
mansiones de los famosos), expone de un modo muy brusco –y a la vez
entrañable– esos conflictos familiares que por lo general el american
way of life prefiere esconder debajo de la alfombra. En ese sentido, los
Osbourne son una familia mucho más saludable que la mayoría. Ozzy les
habla de drogas a sus hijos con el desparpajo y la contundencia de un
sobreviviente a la heroína (“fumé crack durante 40 años, sé de lo que
hablo”). Ozzy está quemado, pero tiene grandes momentos de lucidez y
ternura. Y pretender caretearla con él en cuanto a drogas, es como
intentar engañar al Gato Dumas con una cena precongelada (“¿Te pensás
que no sé por qué pedís pizza a las doce de la noche?”, le dice a su
hijo Jack cuando le advierte sobre los riesgos de la marihuana).
Sharon es la jefa. Conoció a Ozzy en 1970, en los primeros tiempos de
Sabbath. En 1979, cuando fue despedido de la banda –entonces manejada
por el padre de Sharon, Don Arden–, Ozzy se recluyó en una habitación de
hotel de Los Angeles, atiborrándose de cocaína y alcohol, deprimido
porque su vida de estrella de rock parecía haber terminado. La primera
mujer de Ozzy, Thelma, compró entonces una vinería en Staffordshire para
que su marido atendiera la barra. Sharon puso el grito en el cielo:
“¡Mierda! Sos Ozzy, no vas a atender una vinería”. Lo rescató. Le compró
el contrato a su padre por un millón y medio de dólares, se convirtió en
su manager, lo acompañó en las giras, le inventó una carrera solista.
Tres años y un divorcio después, se casaron en Honolulu.
Kelly nació el 27 de octubre de 1984, un día antes de que internaran a
Ozzy en una clínica de rehabilitación. Kelly es la estrella adolescente
de “The Osbournes”, con su pelo teñido de fucsia, su fastidio proverbial
y su versión post-grunge de “Papa don’t preach”, hit del inevitable
reciéneditado compilado/banda de sonido The Osbournes, que incluye
algunos clásicos elegidos por los miembros de la familia (“You really
got me” de The Kinks, “Imagine” de Lennon, “Drive” de The Cars,
“Wonderfull tonight” de Eric Clapton) más algunos temas de Ozzy y la
versión swing de “Crazy train” a cargo de Pat Boone, cortina del
programa. Kelly es una especie de Christina Ricci entrada en carnes, una
Merlina de Beverly Hills que se proyecta al mundo como una performer con
ángel propio. Cuando la invisible Aimee le arregla de prepo un turno con
el ginecólogo, Kelly escupe una de las frases más festejadas de la
serie: “Son mis dientes, mi auto, mi vagina, mis problemas”.
Y después está Jack. Un adolescente con sobrepeso, acné y ortodoncia que
se pasea por la mansión pertrechado con un casco y un rifle de aire
comprimido. Sale hasta tarde, fuma porro, se lleva mal con sus
compañeros de clase y usa remeras que dicen cosas como “Cocaína”. Pero
no es ningún inútil. Obligado al trabajo debido a la cuna proletaria de
papá Ozzy, Jack es un cazatalentos de Epic –donde impulsa su propio
sello independiente– y es quien llevó por primera vez al Ozzfest (que
recauda unos 20 millones de dólares cada verano boreal) a bandas como
Limp Bizkit, Slipknot, Marilyn Manson y System of a Down.
Todos ellos, más el tropel de mascotas malcriadas y los personajes
secundarios (la “niñera” australiana, el guardia de seguridad, el hijo
del primer matrimonio de Ozzy, los vecinos), conforman un núcleo social
que concilia delirios millonarios y normalidad doméstica, excentricidad
y costumbrismo. “Más allá de los tatuajes y las puteadas, el programa
impacta porque los rockeros británicos son tan subversivamente clase
media... Las cámaras de MTV estuvieron durante cuatro meses en la casa
de Mr. Osbourne, famoso por decapitar murciélagos con los dientes sobre
el escenario, y lo exhiben como a un típico padre de suburbio”, escribió
Alessandra Stanley en The New York Times. Al igual que los Adams, la
lógica a primera vista demencial de los Osbourne funciona a la
perfección como base sentimental y organizativa de la familia. Al igual
que los Corleone, los Osbourne ostentan una lealtad ciega hacia el
padrino. Y todos, de una u otra manera, forman parte del negocio.
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