miércoles, 11 de septiembre de 2013

Norberto Rivera, el capellán de la opulencia

Norberto Rivera, el capellán de la opulencia
Bernardo Barranco V.
Mientras el papa Francisco visitaba a los migrantes y denunciaba sus
condiciones infrahumanas en la isla de Lampedusa (7 de julio de 2013),
un mes después el cardenal Norberto Rivera se daba la gran vida con
sus amigos magnates en el pueblo gallego de Avión, España, según
consta en las páginas del número más reciente de Proceso. Ofició misa,
jugó dominó y compartió manjares con personajes acaudalados como
Olegario Vázquez Raña, Carlos Slim, Miguel Alemán y el hombre más rico
de España, Amancio Ortega. Mientras el Papa demanda sencillez y
humildad a sus pastores en su visita a Brasil, en ese momento el
cardenal degusta los exquisitos vinos franceses y gusta viajar en los
jets privados de sus amigos multimillonarios. ¿Es pecado que el
arzobispo Rivera cultive amistades poderosas? Por supuesto que no, es
muy libre de tener las amistades que quiera, pero es cuestionable que
el cardenal falte a uno de los principales juramentos de la vida
religiosa: el voto de pobreza. Es un voto que libera –con sabiduría
los padres de la Iglesia lo proclamaban– porque aparta las tentaciones
de la comodidad y apego a necesidades materiales que alejan a los
religiosos de una profunda vida interior, que es la base de un
liderazgo espiritual entre sus fieles.

En Río de Janeiro, en la reunión con los obispos latinoamericanos del
Celam, el papa Francisco advirtió de la crisis de credibilidad de la
Iglesia en la actualidad y demandó a los obispos conducirse ante el
rebaño, ser pastores cercanos a la gente, sencillos y austeros,
hombres que no tengan sicología de príncipes, que no sean ambiciosos.
Podemos establecer de manera categórica que el cardenal Norberto
Rivera es justo la antítesis del modelo pastoral que el papa Bergoglio
quiere diseñar para la sacudida y debilitada Iglesia católica actual.
En esa misma reunión, el Papa subrayó a los obispos: Deben ser
pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha
mansedumbre, pacientes y misericordiosos, hombres que amen la pobreza,
sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza
exterior como simplicidad y austeridad de vida.

Desde hace muchos años, he venido cuestionando a través de diferentes
colaboraciones en La Jornada el comportamiento poco evangélico del
cardenal, especialmente su voraz fascinación por el poder económico y
político, dentro y fuera de la Iglesia. Lo paradójico es el notable
desclasamiento del cardenal, ya que proviene de una cuna muy humilde e
indígena, me refiero a la comunidad de La Purísima en el municipio de
Tepehuanes, del estado de Durango. Probablemente la influencia
determinante se deba a sus dos principales mentores. El obispo
cristero y teocrático Antonio López Aviña, por un lado, y el perverso
Marcial Maciel por otro, quien convence al nuncio Girolamo Prigione de
encumbrarlo como arzobispo de la arquidiócesis en 1995. El entorno que
arropa a Rivera durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto
XVI es el grupo de Angelo Sodano y los llamados cuervos y lobbys de
poder, marcados por la corrupción, el poder y la desmesura, que han
sumergido a la Iglesia católica en una de sus peores crisis. Ese
universo de perversión eclesiástica enquistada en la curia vaticana
está seriamente amenazado y en franca descomposición. A ese grupo al
que pertenece Rivera, eclesiocéntrico y clericalista, es precisamente
el que enfrenta el papa Francisco. En Brasil señaló al respecto:
Existen pastorales lejanas, que privilegian los principios, las
conductas, los procedimientos organizativos, por supuesto sin
cercanía, sin ternura, sin caricia, y recordó el papa Bergoglio las
categorías de cercanía y encuentro de los pastores en la periferia,
especialmente entre los pobres y sus sufrimientos.

En sus 18 años como arzobispo de la arquidiócesis de México, Rivera ha
hecho gala de contradicción. Hoy es anticlimático ante los parámetros
del nuevo Papa, ya que contradice la prédica y hasta estilo de vida de
Jorge Mario Bergoglio en Roma. Rivera ha protegido curas pederastas
como Nicolás Aguilar, ha exaltado figuras muy cuestionables como el
profesor Carlos Hank González en sus exequias; ha sido codicioso para
hacer negocios con la figura de la Virgen de Guadalupe (arrebató el
negocio al abad Guillermo Schulenburg, vendió el copyright de la
imagen guadalupana a Viotrán y la gestión de la Plaza Mariana). Sólo
señalo algunos de los muchos escándalos en los que el cardenal ha
estado en el centro de la polémica, además de su proclividad por
aparecer en revistas de moda y de socialité; seguido se le ve
compartiendo vida con las élites de este país. Cuando estas verdades
afloran, sus jilgueros se desgarran las vestiduras advirtiendo sobre
conjuras anticlericales y muchas veces el cardenal ha perdido la
compostura comparando a los periodistas con prostitutas que deshacen
la fama de los demás, no mata el cuerpo del otro, pero es una víbora
que mata la fama de los demás. El cardenal hace una desafortunada
asociación de su necesaria visibilidad con la fama, propia de artistas
y políticos. Una verdadera proyección, dicen los sicólogos. Como si
los periodistas inventaran los hechos, pero los datos duros ahí están
y el Censo de Población 2010 muestra que mientras el porcentaje de
católicos cayó en cuatro puntos a escala global, en la ciudad de
México, zona de la arquidiócesis de Rivera, cayó ¡ocho puntos!, el
doble de la media nacional y sólo comparable a los datos de la
frontera sur del país.

Las fotos seculares de Rivera con poderosos potentados retratan muy
bien la actitud y prioridades de un actor religioso que se ha definido
más en la opción por las élites y el poder terreno, relegando lo
pastoral. Rivera espera una severa evaluación a su gestión, que pronto
llegará a 20 años al frente de la arquidiócesis y que el 6 de junio de
2017 deberá presentar al Papa, según el derecho canónico, su renuncia.
Como recordamos, todo obispo debe presentar su renuncia al cumplir 75
años de edad. Es decir, al día de hoy faltan tres años, ochos meses y
26 días.

http://www.jornada.unam.mx/2013/09/11/opinion/021a2pol

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