jueves, 26 de marzo de 2015

San Quintín: la revuelta de los desechables ¡En lucha por la dignificación de los jornaleros! ¡El pueblo unido jamás será vencido!

San Quintín: la revuelta de los desechables

Luis Hernández Navarro

La sublevación de los jornaleros agrícolas del Valle de San Quintín
muy bien podría ser un nuevo capítulo de México bárbaro. Las
condiciones laborales que padecen y el paro y la toma de carreteras
que han protagonizado, en nada envidian a las dramáticas narraciones
del libro de John Kenneth Turner, en el que se documenta la salvaje
explotación y esclavitud a la que se sometió a campesinos e indígenas
y se cuentan las huelgas obreras en el México porfiriano.

Las protestas en San Quintín comenzaron a las tres de la madrugada del
pasado 17 de marzo. En las delegaciones que conforman el valle, al
grito de ¡En lucha por la dignificación de los jornaleros! y ¡El
pueblo unido jamás será vencido!, miles de obreros agrícolas,
encabezados por sus dirigentes comunitarios, se lanzaron sobre la
carretera que cruza la península de Baja California.

Más de una veintena de videos subidos a la red narran
fragmentariamente las lar­gas y veloces caminatas que hombres y
mujeres, convocados por la Alianza de Organizaciones Nacional, Estatal
y Mu­nicipal por la Justicia Social, emprendieron sobre largos tramos
de la vialidad federal, y cómo levantaron pequeños retenes con llantas
quemadas y ramas de árboles.

Este relato grabado por los mismos paristas, testimonia cómo a lo
largo del trayecto algunos jóvenes lanzan piedras sobre los cristales
de casas de empeño y grandes almacenes, al tiempo que otros derrumban
letreros con los nombres de las granjas. Algunos más –varios de ellos
casi niños– se lanzan a saquear tiendas, mientras los dirigentes del
movimiento condenan los desmanes. "Nosotros –advierte uno de los
líderes– somos pobres, pero conocemos el respeto. Venimos a ganar esta
lucha no venimos a pelear. No venimos a hacer desastres".

Finalmente, pueden verse momentos en que la policía, apoyada en tramos
por un vehículo motorizado, dispara balas de goma contra los
manifestantes, rompe el bloqueo, y golpea y detiene a los jornaleros.
Los huelguistas –escribió en este diario Olga Alicia Aragón–
mantuvieron el bloqueo de 120 kilómetros de carretera durante 26
largas horas.

Los jornaleros de San Quintín trabajan en condiciones humillantes en
fincas que cultivan hortalizas de exportación, fresa, tomate, mora. A
cambio de salarios de hambre, laboran jornadas de hasta 14 horas
diarias sin día semanal de descanso ni, mucho menos, vacaciones o
seguridad social. Los capataces abusan sexualmente de las mujeres y
son obligadas a llevar a sus hijos a los predios para que realicen
faenas.

Los trabajadores agrícolas viven usualmente en asentamientos
provisionales que se convirtieron en permanentes, hacinados, sin
servicios básicos, en viviendas con techos de lámina y pisos de
tierra. Muchos son indígenas migrantes provenientes de Oaxaca
(mixtecos y triquis), Guerrero, Puebla y Veracruz, que han hecho de
San Quintín su otra comunidad. Tres generaciones de oaxacalifornianos
viven ya allí. Sufren el hostigamiento policiaco constante. Cuentan
con un solo hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Las fincas en las que laboran están dotadas de riego y equipo de alta
tecnología. Generan cuatro quintas partes del valor de la producción
agrícola estatal. La mayoría son propiedad de unas 15 familias y de
consorcios trasnacionales. Sus dueños forman parte del gobierno
estatal.

Estas empresas agrícolas explotan intensivamente una mano de obra
barata, abundante, fácilmente sustituible y, por lo mismo, desechable.
No tienen que hacerse cargo de garantizar condiciones dignas para su
reproducción. Si un trabajador se enferma, se muere o se agota se le
sustituye por otro sin costo alguno. Exprimen a los jornaleros como si
fueran naranjas a las que hay que extraer el jugo hasta dejarlas
convertidas en cáscaras.

Las empresas no respetan la legislación del trabajo. Disponen de la
complacencia de las autoridades laborales y de sindicatos de
protección afiliados a la CTM y a la CROM. Para resistir, los obreros
agrícolas se han organizado a su vez en agrupaciones como el Frente
Indígena Oaxaqueño Binacional (FIOB) y otras asociaciones
étnico-políticas.

La revuelta de los jornaleros muestra que este modelo de explotación
laboral es insostenible. La sedenterización de los migrantes en la
región, la gestación de formas de resistencia y conciencia de clase
inéditas y el hartazgo ante el abuso patronal anuncian un nuevo ciclo
de lucha de clases en la región, que se anticipó en el paro agrícola
de 1996-1997 por el no pago de tres semanas de salarios.

De todas las maneras posibles la Alianza de Organizaciones Nacional,
Estatal y Municipal por la Justicia Social advirtió a patrones y
gobernantes la inminencia de la explosión social. Desde el pasado
octubre sostuvo que era necesaria una mesa de diálogo. Arrogante e
insensible, el gobierno estatal nunca la aceptó.

En lugar de entender que este modelo de explotación se topó ya con la
dignidad y la fuerza de los jornaleros, desde el poder se quiere
descalificar el movimiento huelguístico difundiendo las más absurdas
explicaciones sobre su origen. Se dice, sin aportar la mínima prueba,
que el narcotráfico anima la protesta, que está organizada por
agitadores provenientes de otros estados para crear inestabilidad
política, y que se pretende crear problemas al gobernador de cara a
los próximos comicios.

Más al sur, la sublevación de los obreros agrícolas bajacalifornianos
ha prendido las luces de alarma de los empresarios hortícolas de
Sinaloa. El presidente de la Asociación de Agricultores del Río
Culiacán, Guillermo Gastélum Bon Bustamante, ha alertado contra la
amenaza de lo que llama un tipo de virus que se puede replicar en el
valle de Culiacán.

Los jornaleros agrícolas de San Quintín han demostrado a lo largo de
esta semana que, en contra de lo que empresarios y políticos creían,
no son desechables. No son sólo fuerza de trabajo. Son –como ellos
afirman– personas de carne y hueso, trabajadores conscientes e
indígenas orgullosos de su origen.

Fuente: La Jornada

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