lunes, 9 de marzo de 2015

Antonia y la furia de los patriarcas

Antonia y la furia de los patriarcas

Ciudad de México, 8 de marzo de 2015.
Eugenia Gutiérrez, colectivo Radio Zapatista.

Dios nunca sonríe. Impera en oriente y occidente, en el norte y en el
sur, mientras observa distante a sus criaturas destructoras. Desde
hace milenios, la institucionalidad de las tres religiones monoteístas
dominantes lo representa o lo piensa como un hombre maduro, blanco,
poderoso y sano. Nadie le conoce una novia ni un amigo. Jamás lo han
visto alimentando a un bebé ni disfrutando de un tranquilo día de
campo. Si la humanidad fue creada "a su imagen y semejanza" debió
ocurrir una grave confusión en el acto, o bien, un severo error de
producción, pues nadie lo ha escuchado cantar ni se le ha visto por
ahí llorando de amor, soñando, trabajando, padeciendo alguna
discapacidad ni aprendiendo a bailar. De hecho, el noventa por ciento
de sus criaturas no se le asemejan.

Las estructuras patriarcales que sostienen el mundo llegan a este 8 de
marzo de 2015 más fortalecidas que nunca. Con el capitalismo como
síntoma principal de sus achaques, el patriarcado milenario que logró
imponerse como forma mundial de "vida" intensifica su violencia. La
pequeña ciudad nigeriana de Baga es borrada del mapa por fervientes
seguidores de las decenas de suras que subrayan la importancia de
infligir un castigo ignominioso a los infieles. A la sombra de estos
preceptos, atacadas por el mismo odio que acribilla a caricaturistas y
con el apoyo de una fortuna en armas, 2 mil personas absolutamente
pobres son exterminadas. Por si fuera poco, más de 500 niñas y niños
son secuestradxs ahí por el mismo grupo salvaje que robó impunemente a
276 niñas en 2014 para venderlas y usarlas como esclavas sexuales, o
bien, para utilizarlas como bombas humanas y conseguir más dinero y
comprar más bombas. La cadena de masacres ocurre en un continente que
sufre graves problemas de salud y que quizá podría redirigir más
fácilmente su futuro si se incentivara un poco el uso de
preservativos, pero los patriarcas no lo permiten. Insultan a quienes
difundimos de vez en cuando los estudios de género. Nos llaman
"colonialistas". No es falta de ganas lo que impide que las feministas
(esa maldita palabra, esa palabra maldita) seamos quemadas en leña
verde. Es que sería ecológicamente incorrecto.

Entre cánones más antiguos que nuestros miedos y que se disputaban la
oficialidad sagrada de sus libros, se debilitaba la diversidad de
cultos que, sobre todo en Europa y Asia, pensaban el mundo de otra
manera. Con ayuda de ejércitos cada vez más destructivos y de sistemas
económicos cada vez más centrados en la acumulación de capitales, el
énfasis patriarcal judeocristiano se había fortalecido durante siglos.
Aunque muchos pueblos mantenían su libertad de pensamiento religioso
diverso y politeísta, llegó otro profeta para tratar de homogeneizarlo
y masculinizarlo todo. En el terreno de batalla de esa triple guerra
santa entre patriarcas quedaron atrapados decenas de cultos en todos
los continentes, hasta que siglos después fueron gravemente mermados
los rituales americanos donde los opuestos se complementan y la
naturaleza cumple cabalmente su rol de madre y padre en la figura de
deidades formadoras y formadores, creadoras y creadores. Ni qué decir
de los obstáculos que esa guerra institucional ha edificado para
desmotivar la ciencia y desechar el pensamiento laico. Ni qué agregar
de la forma en que ha penetrado gobiernos supuestamente agnósticos.

Después de milenios de práctica cotidiana, el terror a la alegría y al
goce sencillo pero intenso de la vida se perfecciona en vez de
sucumbir. Falta mucho. Detrás del empoderado vulgar que le levanta la
falda en público a una jovencita que baila con él hay un sinfín de
ofensas que son posibles gracias a una podredumbre estructural y
sistémica que ha robado lo suficiente como para abrumar a la joven con
15 millones de pesos del erario público. El empoderado vulgar no está
solo en la ostentación de su violencia misógina durante su fiesta de
cumpleaños. Detrás de él (y junto a él) hay una banda "musical" que se
ha hecho millonaria tocando ruido, centenares de personas que han
aceptado convertirse en mercancías y más de 1 millón de cervezas
falsamente gratuitas. Un verdadero festín de abusos y falta de respeto
que de ninguna manera puede confrontar sola una muchacha atrapada en
su minifalda y torturada por sus tacones.

De pronto parece que todavía no hay suficientes hombres o mujeres que
se rebelen frente a la prohibición de la dulzura ni que se atrevan a
reírse de los calificativos vergonzantes con que se desprecia la
ternura, inherente a nuestra humanidad. Los preceptos de la única
religión contemporánea que es verdaderamente universal —la acumulación
desmedida de riqueza para el ejercicio inacabable de la violencia— no
tienen fronteras lingüísticas ni raciales, como tampoco tienen
fronteras de género. La categoría "mujer" que encabeza los eventos
alusivos a este 8 de marzo, ya sean de fiesta o de protesta, parece
cada día más inexacta. No produce resultados. No detiene la guerra,
pues en la práctica combativa frente a esa guerra es muy limitada la
teoría. Las fotografías de Isabel y Enrique, esos amantes de los
palacios tan amorosamente cercanos en Buckingham, hablan por sí solas.

En un rincón del mundo, convertidos en algo peor que aquello contra lo
que dicen luchar, decenas de jóvenes enturbian la belleza de una
playa. Colocan en línea a decenas de otros jóvenes, los arrodillan y
les desprenden del cuerpo la cabeza. En otro rincón, decenas de
policías armados secuestran y desaparecen a decenas de estudiantes
desarmados. El juego de poder se repite. Unos lo disfrazan de
ideología mientras otros lo desnudan para mostrarlo como lo que es,
una lucha brutal entre machos alfa (incluidas mujeres) por demostrar
quién manda, quién controla y quién destruye mejor. Al final del día,
sus cuentas bancarias, su violencia y su crueldad son idénticas. El
empoderamiento es su justificación. La acumulación de dinero es su
medio. El ejercicio recurrente de la crueldad es su verdadero fin,
justificado por sus medios.

En alguno de esos rincones del mundo, que podría ser cualquiera, nació
Antonia López Méndez, niña tzeltal fallecida en Chiapas hace dos
semanas. Su paso por el mundo fue breve y doloroso. De los once años
que vivió, pasó los últimos tres en condiciones infrahumanas. Junto
con su familia y otras doce personas, Antonia fue expulsada de su
hogar en Banavil, Tenejapa, el 4 de diciembre de 2011, como lo han
sido miles de familias chiapanecas. Sus parientes padecieron
asesinato, desaparición y encarcelamiento. Ella desarrolló un edema
cerebral. Se podría responsabilizar de su muerte al patriarquita que
abofetea a un trabajador sin que éste siquiera proteste, pero esa
responsabilidad tiene que ser ampliamente compartida. La pequeña
Antonia nos falta este 8 de marzo no por haber nacido en Chiapas ni
por ser mujer, sino por haber nacido indígena dentro de una familia
que fue odiada y agredida por su resistencia.

No muy lejos de donde nació, vivió y murió la niña Antonia se
inauguran los trabajos de una escuela y una clínica que serán ocupadas
por otras niñas y otros niños, por mujeres, hombres, ancianas y
ancianos rebeldes e indígenas como ella. Los muros polícromos y firmes
de la flamante Escuela Autónoma Zapatista "Compañero Galeano" y de la
Clínica Autónoma 26 de Octubre "Compañero Subcomandante Insurgente
Pedro" adquieren un brillo especial en el reflejo del río tan
delgadito como transparente que los circunda. Quienes reciban
educación y atención médica dentro de esos muros lo harán en colectivo
y sin violencia, muy conscientes de la existencia de patriarcas
furibundos, pero sin ninguno alrededor. No en sus casas. No en su
organización. Saben que el ímpetu que edificó ese espacio no fue la
venganza sino la justicia. Entienden que el trabajo, las herramientas
y los materiales que lo construyeron fueron producto de la solidaridad
de miles de personas que conocen la alegría y el goce sencillo pero
intenso de la vida. Son suficientes hombres y mujeres que se rebelan
frente a la prohibición de la dulzura, que se atreven a reírse de los
calificativos vergonzantes con que se desprecia la ternura, inherente
a nuestra humanidad.

Cómo no imaginar a la pequeña Antonia refrescándose en ese río,
estudiando en esa escuela, ignorando para qué sirve esa clínica o
jugueteando en esa otra Realidad. Su enfermedad física era evitable y
curable; su tristeza existencial, también. Dicen los que saben que
"los caminos del señor son inescrutables". Esperemos que en esos
caminos ella logre arrancarle, por fin, una sonrisa.

--
Colectivo Radio Zapatista
www.radiozapatista.org

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