miércoles, 30 de septiembre de 2015

Ayotzinapa y el fin del narcoestado

Ayotzinapa y el fin del narcoestado

Arsinoé Orihuela
Rebelión

En entrevista con RompevientoTV, Omar García, sobreviviente de la
masacre de Iguala, perfiló un horizonte sugerente para el movimiento
por Ayotzinapa: "[Transitar] de un movimiento por los desaparecidos a
un movimiento por la transformación del país". Este planteamiento, que
ciertamente yace en germen en el ánimo nacional (excepto en el de las
oligarquías, políticos tradicionales, fuerza castrense de alto rango,
y ciertas clases medias acomodaticias) es la condensación de una
consigna que hoy tiene un eco global: la conversión del ciudadano
desposeído en sujeto político de cambio. Eso que Syriza arrebató a los
griegos, o que otros gobiernos de presunta genealogía popular han
robado a sus bases, es decir, la titularidad de la política, en
Ayotzinapa es un componente activo, cuyo brío va en ascenso.
"Ayotzinapa es una coyuntura… Ayotzinapa es la posibilidad de cambiar
mucho". ¿Qué es eso que Ayotzinapa tiene posibilidad de cambiar? La
red de relaciones e intereses que rigen los destinos del país. Luis
Hernández Navarro aclara: "Lo que la tragedia de Ayotzinapa ha puesto
en claro es hasta dónde el país está invadido por este mal
(narcopolítica), hasta dónde nuestras instituciones de representación
política y de procuración de justicia están capturadas por el crimen
organizado" (http://rompeviento.tv/RompevientoTv/?p=2581).

Ayotzinapa tiene una relevancia mayúscula para la vida pública del
país: significó una confesión involuntaria de la simbiótica relación
crimen-Estado. Hasta antes de la masacre habían fuertes sospechas
acerca de las componendas entre las instituciones y la delincuencia.
Después de los hechos en Iguala el país cobró conciencia del alcance
de ese compadrazgo. El Estado quedó desnudo, expuesto crudamente sin
las acostumbradas indumentarias ritualísticas o protocolarias. Bien
dicen que no es lo mismo desconfiar de una pareja sentimental que
encontrar a esa pareja en el acto de infidelidad. El segundo escenario
obliga a la decisión o a la acción o a las dos.

De esta circunstancia resulta una doble lección.

La primera lección es que el Estado mexicano no es un Estado fallido
sino un Estado criminal –un narcoestado–. El Estado –se dijo en otra
ocasión– "es el responsable de los crímenes en Guerrero por dos
razones: uno, porque involucra directamente a personal estatal en los
actos represivos-delictivos; y dos, porque el Estado es el facilitador
de las empresas criminales, suministrando, a través de las políticas
que impulsa, la trama legal e institucional que permite el libre
albedrío de los negocios privados, aún allí donde tales intereses
particulares entrañan altos contenidos de criminalidad, horror e
ilegalidad" (http://lavoznet.blogspot.com/2014/11/fin-al-narcoestado.html).

Los incidentes en Iguala confirmaron una hipótesis: que el narcoestado
es el modo de organización de los intereses dominantes en México, y
por consiguiente el responsable de los crímenes de lesa humanidad que
enlutan al país.

La segunda lección es que es una falacia (dolosamente inculcada) que
en México "el pueblo aguanta eso y más". Principalmente las élites y
clases gobernantes han cultivado la idea de un México dócil,
resignado. Falsa y vil es esa leyenda negra. Recientemente el
Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) lo enunció con
rabia bronca: "¡Estamos hasta la madre!". Después irrumpió en el ágora
cibernáutico un #YaMeCansé viral. Y ahora el movimiento por Ayotzinapa
exclama con tacto político e indignación: "No nos van a callar".

En su columna Navegaciones, Pedro Miguel desaprueba esta sugestión
falsaria de un México presuntamente amnésico e insensible; sugestión
que se delata en los incontables episodios insurgentes de la historia
política nacional: "Nos queda claro que en las horas posteriores a la
atrocidad ustedes (gobernantes o 'a quien corresponda') pensaron como
piensan siempre: que los muertos y los desaparecidos eran unos
pelados, unos muertos de hambre, unos indios de la prole que no iban a
importarle a nadie y que el país se iba a quedar contento con la
explicación de que aquello era un incidente menor y un asunto local…
El agravio sí importó y fue sentido en carne propia por millones de
otros proles, de otros indios pelados, y recorrió el país y llenó las
calles y las plazas, y junto con él cundió la convicción de que la
barbarie no obedecía a la mera acción de un alcalde enloquecido y
cooptado por la delincuencia, sino que involucraba, necesariamente, a
las esferas superiores del poder público"
(http://www.jornada.unam.mx/2015/09/24/opinion/041o1soc).

"Estos paréntesis de movilización remiten a una feliz conjetura: a
saber, que la población no ha consentido ni claudicado ante la
dominación, aún cuando el enemigo es un régimen de terror
escrupulosamente dirigido e impulsado"
(http://lavoznet.blogspot.com/2014/10/ayotzinapa-o-la-banalidad-de-la.html).

Ayotzinapa es la posibilidad de poner fin a un estado de cosas que se
basa en el binomio crimen-Estado. Es la posibilidad de romper los
impúdicos pactos de impunidad. Es la oportunidad de mandar al carajo
la simulación, la espuria normalidad democrática de las instituciones
y sus monjes ideológicos, los endémicos mecanismos de defraudación del
Estado, los añejos vicios de un sistema basado en el clientelismo, el
influyentismo, el autoritarismo. De poner fin al neoliberalismo y su
criatura vernácula: el narcoestado.


Blog del autor:
http://lavoznet.blogspot.com/2015/09/ayotzinapa-y-el-fin-del-narcoestado.html
Leido en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=203881

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